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El drama del armario

El drama del armario 'Salir del armario' es la equivalencia en español a la expresión inglesa 'outing' que designa el acto de ser descubierto o descubrirse públicamente como homosexual.

Salir del armario es algo que hoy difícilmente sorprende a alguien. ¿Kevin Spacey? ¿A quién le importa? ¿Rosie O'Donnell? ¡Por favor!

Y sin embargo, cuando recientemente el National Enquirer informó en primera plana sobre Mohamed Atta, el cerebro encargado de los atentados terroristas del 11 de setiembre ("Mohamed Atta y varios de sus sanguinarios secuaces llevaban una vida secreta como homosexuales -y el 'amigo' de Atta murió junto a él en la misión suicida del 11 de setiembre"), fue imposible no acusar recibo. Especialmente considerando que la revelación sobre Atta sucede a la publicación de Lothar Machtan The Hidden Hitler (ed. Basic Books), en el que se afirma que el Führer fue homosexual.

Hay una ironía bizarra en estos 'descubrimientos': desde hace 50 años el movimiento por los derechos de los homosexuales realiza campañas de promoción insistiendo ante la opinión pública de Estados Unidos que los homosexuales son personas iguales a cualquier otra. Que ellos, de hecho, han existido siempre e ininterrumpidamente a lo largo de la historia. Evidencias a favor de esa postura se encuentran en historiadores homosexuales, tanto populares como académicos, que argumentan que figuras como Platón, Juana de Arco, Abraham Lincoln, Emily Dickinson, Walt Whitman, Willa Cather, John Singer Sargent y Eleonora Roosevelt se sintieron atraídos o estuvieron envueltos en relaciones sexuales con personas de su mismo sexo. Lo interesante de observar, ahora que Atta y Hitler han sido agregados a la lista, es la facilidad con que la opinión pública en general (en el caso de Atta), y la élite de los medios de comunicación (en el de Hitler), han aceptado la versión de que ambos hombres fueron homosexuales. Durante una entrevista reciente con Machtan, Matt Lauer de la NBC aceptó sin crítica la premisa de que Hitler había sido homosexual y formuló preguntas de carácter anti-histórico, tales como: "En el minuto de tiempo que todavía nos queda -y yo sé que es muy dificil pedirle esto- ¿por qué cree usted que su homosexualidad, y tal vez su intento de ocultarla, fueron la raíz de su anti-semitismo?". Aparentemente, la idea de que la supuesta homosexualidad oculta de Hitler contribuyó a modelar su aversión por los judíos más que los 2000 años precedentes de virulento anti-semitismo católico/cristiano europeo no ofrece ningún problema lógico para los medios masivos de comunicación.

Hay una gran diferencia en la forma en que fueron recibidas, por ejemplo, las afirmaciones de que Roosevelt y Whitman fueron homosexuales. A pesar de que existen pruebas en abundancia, aún cuando a veces sean conjeturales, que esas personas sentían deseos sexuales por individuos de su propio género, los historiadores académicos utilizan estándares de demostración muchos más exigentes para 'dar por probada' la desviación sexual de estos, que los que utilizarían en caso de deseos heterosexuales o acciones heterosexuales. Se comportan así, inclusive, cuando esas 'pruebas' existen. Whitman, por ejemplo, dejó cartas y poemas expresando sus sentimientos homoeróticos, y los papeles de Roosevelt están llenos con expresiones de deseos lesbianos. Sin embargo, estos historiadores realizan enormes esfuerzos por 'explicarlos' como imágenes poéticas, en el caso de Whitman, o como conversaciones románticas entre mujeres, en el de Roosevelt.

¿A qué se debe, entonces, esa facilidad para aceptar que asesinos de masas como Atta y Hitler fueron homosexuales y esa resistencia a creer que figuras como Roosevelt, Whitman y Lincoln puedan haberlo sido?

Machtan y el National Enquirer, al exponer sus argumentos, utilizan las mismas técnicas y metodologías históricas introducidas por Havelock Ellis y John Addington Symonds, quienes construyeron en su obra Sexual Inversion (1897), probablemente el primer listado de homosexuales famosos de la historia. Dichas técnicas y metodologías se pueden resumir de la siguiente manera: en su búsqueda de homosexuales en la historia, los investigadores han aprendido a leer entrelíneas. A veces eso implica mirar el trabajo de un artista de una forma novedosa: ¿porqué son los desnudos masculinos de Miguel Ángel mucho más realistas que los desnudos femeninos? ¿Sobre qué habla exactamente Gertrude Stein en su abstruso poema Tender Buttons? Algunas veces significa reconocer lo obvio: con seguridad no fue la pobreza que obligó a Abraham Lincoln y Joshua Speed a dormir cuatro años en la misma cama cuando uno se estaba convirtiendo en un abogado de éxito y el otro en un próspero tendero de clase media.

En El secreto de Hitler, Machtan reinterpreta mucho de lo que ya se sabía acerca de Hitler para asumir que los hombres le atraían; que probablemente tuvo relaciones sexuales con hombres antes de 1930; que esas relaciones le ayudaron a obtener poder social y político; y que su temor a ser descubierto lo llevó a implementar una política brutal anti-homosexual e inflamó su ya profundo antisemitismo llevándolo a alcanzar niveles nuevos, definitivamente mucho más letales. Por ejemplo, a pesar de que la homosexualidad de Ernst Rohm, jefe del Sturmabteilung (más conocido como SA o Camisas Pardas), y de algunos miembros de la SA se la considera desde hace mucho como un hecho histórico confirmado, Machtan reinterpreta el golpe de Hitler contra ellos -conocido como La Noche de los Cuchillos Largos- como un golpe preventivo contra individuos que sabían demasiado sobre su pasado homosexual. Al hacer esta reinterpretación cuestiona la arraigada creencia general que la destrucción del grupo fue el resultado normal de una lucha interna por el poder dentro del nazismo.

En su teatralización barata sobre Atta, el Enquirer se basa en el hecho que Atta y Abdulazis afeitaron sus cuerpos y los perfumaron la noche anterior al ataque. Eso puede interpretarse fácilmente como un acto religioso. El islam, al igual que el cristianismo y el judaísmo, vincula leyes religiosas y sociales con ideales de pulcritud y estética que regulan los cuidados del cuerpo y el tratamiento del vello. Pero ubicado en un contexto malintencionado, el acto adquiere un sentido vicioso: "En la noche anterior al asalto asesino, (Atta) y su 'amigo' Alomari realizaron un rápido, misterioso viaje a Portland, Maine, donde pasaron la noche en la habitación 233 de un Comfort Inn. Pagaron $179 por las lujosas habitaciones con colchas doradas".

Atta y Alomari siguieron concienzudamente las instrucciones contenidas en un documento descubierto en un equipaje que dejaron abandonado... este les decía que prestaran un "juramento para morir" y "se rasuraran los vellos del cuerpo y se aplicaran agua de colonia". Al mismo tiempo que el Enquirer plantea algunos puntos válidos -como que la actividad sexual entre hombres siempre ha sido tácitamente tolerada en culturas del Mediterráneo y del Medio Oriente (aunque nunca haya sido aceptada como una identidad sexual)- la revista distorsiona esto al señalar que "algunos elementos extremistas entre los árabes se ven socialmente tan segregados de las mujeres, que adquieren conductas homosexuales".

De lo que no hay duda es que al investigar la homosexualidad en la historia, como en el caso de Hitler, o en la vida contemporánea, como en el de Atta, los 'indicios' deben ser interpretados con responsabilidad. Si no es así, se termina extrayendo conclusiones académicas inconsistentes como las de Noel I. Garde en From Jonathan to Gide: The Homosexual in History,(New York: Vantage Press, 1964), que a partir de evidencias minúsculas construye una madeja de insinuaciones malintencionadas. Los estándares deben estar cercanos a los de aquellos autores que muestran capacidad de percepción histórica y sensibilidad académica, como Blanche Wiesen Cook, cuya biografía de Eleonor Roosevelt es un modelo de cómo entender la sexualidad de una figura histórica en el contexto de su vida y de su tiempo. El segundo tomo (de los cuatro previstos), de su obra sobre ella, por ejemplo, explica con gran detalle cómo sus intensos vínculos con mujeres, a menudo eróticos, constituían la base de su vida diaria y de su trabajo sobre derechos humanos, así como le ayudaron a delinear el New Deal. Es indiscutible que Machtan no satisface estos estándares.

En contraste con la biografía de Cook, la obra de Machtan está llena de vacíos. No cuenta con ninguna prueba contundente que demuestre que Hitler haya sido homosexual. No hay ningún hombre que afirme haber dormido con Hitler, y no hay ninguna carta, diario o comunicación de cualquier tipo que lo mencione explícitamente, con lo cual se apoya en la retórica interminable de las conjeturas. El texto de Machtan está impregnado de "podría", "tal vez" y "posiblemente". A veces, inclusive, va más allá con expresiones tales como "a la luz de esto tiene sentido suponer..." y "puede ser que existan documentos guardados en cajas de seguridad Suizas que podrían echar luz sobre estos años", o inclusive la más atrevida de todas " sería irresponsable descartar que Hitler no haya hecho insinuaciones (sexuales) a hombres con dinero". A menudo sus suposiciones dejan al lector sin aliento. El 'hecho' de que la mundialmente famosa opera Bayreuth donde se presentan las obras de Wagner "haya sido un reconocido rendezvous internacional de homosexuales famosos" -la teoría de la historia conocida como la Opera Reina- no prueba nada.

Al terminar las 434 páginas nos encontramos frente a un castillo de naipes especulativos que difícilmente puede mantenerse en pie por sí mismo. Cualquier historia demanda una cierta buena disposición a creer, pero Machtan, como un mago, pretende que el lector suspenda su capacidad de crítica casi permanentemente. Es un maestro de la prueba circunstancial. Un problema grave es que evita colocar su material dentro de un contexto más amplio: prácticamente no toma en cuenta a Magnus Hirschfeld (que fuera comunista, investigador sexual y militante homosexual pionero) y su Instituto de Investigación Sexual; la complejidad de los movimientos naturalistas alemanes (que solían fomentar una forma desexualizada de homoerotismo); o el movimiento Wandervogel, que integraba naturaleza con nacionalismo. Machtan parecería no estar enterado que la mayoría de los historiadores rechazan la etiqueta de gay u homosexual para figuras no contemporáneas y su uso de estas dos palabras para describir la identidad de Hitler va en contra de la historiografía sólida y del uso correcto.

Es más, no reconoce que la actividad sexual con el mismo género no implica necesariamente que el implicado se identifique así mismo como homosexual. La ideología extremadamente conservadora de Hitler, su profunda homofobia, su fuertísimo deseo de pertenecer a las mayorías hace casi imposible que él se haya visto a sí mismo como un 'invertido', el término utilizado en aquellos tiempos (definido como un espíritu femenino en un cuerpo masculino y considerado por la opinión pública como una condición patológica). Por lo tanto, incluso si Hitler se hubiera sentido atraído por hombres o hubiera tenido sexo con ellos, casi con seguridad que él no se hubiera identificado a sí mismo como 'gay' u 'homosexual'. La estrechez de la visión histórica de Machtan -él se centra en buscar los más mínimos indicios homoeróticos en la vida de Hitler y su círculo de amistades- mina permanentemente cualquier información interesante que haya descubierto, como el rumor provocativo que Rudolf Hess era conocido entre algunos supuestos homosexuales masculinos como Fraulein Hess o Black Emma (señorita Hess o Emma negra). Peor aún es la permanente afirmación de Machtan que Hitler (y Hess, entre otros), fueron personas "casi enfermizamente sensibles, débiles e impresionables" con "rasgos marcadamente femeninos". Esa identificación de 'feminidad' con homosexualidad masculina es una señal incontrovertible que Machtan se inclina demasiado fácilmente hacia el género de estereotipos homófobos que hablan de características típicas 'masculinas' y 'femeninas'. Al terminar de leer el libro se tiene la impresión que el Tercer Reich fue dirigido por muchachos afeminados, gritones e histéricos.

No obstante, el libro ha sido presentado en el mercado como una obra seria de investigación histórica e, interesantemente, fue recibido como tal. Fue publicado simultáneamente en 15 idiomas y es un bestseller en Alemania. La incapacidad de Machtan de tratar el tema de los géneros sexuales en forma elaborada no está divorciada de la forma como históricamente la homofobia y los estereotipos 'gay' se han ido conformando. Una de las razones por las que El secreto de Hitler e incluso la historia sobre Atta en el National Enquirer es tan aceptada y aceptable reside en que las dos satisfacen los estereotipos homófobos más usuales. La obra de Machtan está plagada de casos dramáticos de desviación y duplicidades, y la historia del Enquirer se fundamenta tanto en relaciones sofocantes madre-padre distante que podría haber sido sacada de un libro de texto de psicoanálisis de los años '50. Atta es retratado al mismo tiempo como demasiado masculino y demasiado femenino, aparentemente para cubrir con seguridad todas las posibilidades. Cualquier núcleo de verdad que pueda existir en el libro de Machtan o en el artículo del Enquirer es únicamente subsidiario de sus métodos, intenciones y conclusiones.

Es irónico darse cuenta que, para bien o para mal, la biografía escrita por Machtan y el artículo del National Enquirer son creaciones modeladas por la influencia del movimiento gay y el feminista. En su libro The Hitler of History (Alfred A. Knopf, 1997), el historiador John Lukacs observa que "la historia significa el interminable re-pensar del pasado, re-escribiéndolo y re-visitándolo" y que el pasado es creado tan rápidamente como creamos el presente y el futuro. Cualquier historia nueva que se escriba hoy en día debe considerar el pasado y la política gay y lesbiana creada y llevada a cabo durante décadas. Machtan lo intenta con cierto restringimiento y seriedad; el artículo del National Enquirer es parte del contraataque a los avances sociales y políticos alcanzados por el movimiento homosexual durante este tiempo.

En cierto sentido cualquier historia -y cualquier escrito- tiene una dimensión política, y sería increíblemente inocente creer que el 'salir del armario' de figuras históricas no tiene una base política. Partiendo de la lista construida por Ellis y Symonds en 1897 hasta el artículo sobre Atta en el National Enquirer, dichos trabajos promueven claros objetivos políticos. La idea de que Hitler era homosexual no es nueva. Fue usada por los comunistas después de la Segunda Guerra Mundial para atacar al fascismo y uno de los libros más populares y peligrosamente lunáticos de la extrema derecha cristiana en los últimos años, es el de Scott Lively y Kevin Abram The Pink Swastika : Homosexuality in the Nazi Party -La esvástica rosa: homosexualidad en el partido Nazi- (Founders Publishing Corporation, 1995), que responsabiliza maliciosamente a los homosexuales por el Tercer Reich y el Holocausto. El advenimiento de los movimientos gay ha complicado en gran medida la relación del mundo heterosexual con la homosexualidad. Lo que alguna vez fue una forma de depravación innombrable, ocupa hoy un lugar claro y presente en el mundo. Pero a pesar del trabajo realizado por los activistas gay y las activistas lesbianas para promover una imagen positiva de la homosexualidad, el espectro del 'demonio homosexual' mantiene una enorme fascinación en la cultura occidental. En muchos aspectos, la homosexualidad funciona a un nivel básico primario, como el gran símbolo del diablo. Los homosexuales se han convertido en el mundo moderno, lo que los judíos fueron en el mundo medieval: corrompen niños, diseminan epidemias, se ubican afuera de los límites seguros y santificados del nacionalismo, y procuran la destrucción del estado.

No es sorprendente, por lo tanto, que tanto Adolf Hitler y Mohamed Atta -a pesar de (más que debido a), cualquier evidencia histórica que pueda haber o no- hayan conseguido ser identificados tan rápidamente como 'gay'. Los actos de Hitler y Atta son impensables, de la misma forma como la homosexualidad ha sido siempre impronunciable (como dijera Lord Alfred Douglas, "el amor que no se atreve a pronunciar su nombre"). En cierto sentido es perfectamente entendible que lo que una vez fue impronunciable -y ahora ya no lo es más- pueda transformarse en la primera forma de expresión para lo impensable.

No obstante, eso nos lleva a una pregunta: ¿Qué tipo de persona piensa hoy en día que Hitler y Atta son de alguna manera más diabólicos porque puedan haber sido homosexuales?

Michael Bronski

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