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Deber

Deber La gloria no, pero sí el deber. La gloria no, ¿hay, por ventura, algo perdurable sobre la tierra? El mundo que rodaba entre Marte y Júpiter, del cual no quedan sino los restos, bogando ciegamente en el vacío, ese mundo ¿no fue morada de almas? Allí hubo lucha, allí hubo el hervidero de las pasiones; allí la ciencia, el arte, el derecho, se abrieron paso por entre lágrimas y sangre. Allí hubo calvarios y hogueras para los mártires; allí también ridículos y horribles tiranos se bebieron la sangre de los oprimidos. ¿Dónde está hoy la historia de ese mundo?, ¿dónde las estatuas que inmortalizaban las grandes victorias?, ¿dónde las maravillas de la música y de la poesía?, ¿dónde el culto tributado a los insignes bienhechores?

El deber sí. Obrar conforme a nuestra ley interior, no romper el concierto de las fuerzas, no ser la nota disonante en la eterna sinfonía de Dios.

Esta idea es el gran móvil. Por esta idea marchamos al par de todas las criaturas; va la espiga, y presenta su grano; va el pájaro, y ofrenda su canto; la abeja, y ofrece su miel; el huracán, y da sus alas para llevar los gérmenes; la tierra, y presta su savia; el hombre y tributa su pensamiento.

Esta obediencia es nuestro vasallaje al gran Rey, el único libre entre los seres.

Alberto Masferrer

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