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Lo escrito se lo lleva el viento

Lo escrito se lo lleva el viento El raso de las páginas de los libros que se hojean modela una mujer tan hermosa que cuando no se lee se contempla esa mujer con tristeza, sin osar hablarle, sin osar decirle que es tan hermosa que cuando uno está por saber no tiene precio. Esa mujer pasa imperceptiblemente entre un murmullo de flores, a veces se da vuelta en las temporadas impresas para preguntar la hora o, mejor quizás, finge contemplar atentamente las joyas de un modo insólito en criaturas humanas y el mundo muere una ruptura que se produce en los anillos de aire, una herida a nivel corazón.

Los diarios matutinos traen cantantes cuyas voces tienen el color de la arena en orillas tiernas y peligrosas y a veces los vespertinos dejan paso libre a cumplidas muchachitas que conducen fieras encadenadas, pero lo mejor está en el intervalo de ciertas letras donde manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía saquean un nido de golondrinas blancas a fin de que llueva para siempre, tan bajo tan bajo que las alas no puedan entremezclarse. Manos por las que se asciende hasta brazos tan leves que el vapor de los prados en sus graciosas volutas sobre las charcas es un espejo imperfecto, brazos que sólo se articulan al peligro excepcional de un cuerpo creado para el amor, cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de las zarzas llenas de velos y que sólo tiene de terrestre la inmensa verdad de hielo de los trineos de miradas sobre la extensión absolutamente blanca de lo que no veré nunca más a causa de una venda maravillosa, que es la que utilizo al jugar al gallo ciego de las heridas.

André Bretón

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