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pro-scrito

El escritor había creado escuela

Ella sabe de estas cosas. No es ninguna jovenzuela, no; y ha vivido y sufrido lo suficiente como para poder establecer un grado de previsión solvente en todo aquello que se proponga. Posiblemente ya desde la cuna ha existido en sus venas una mezcla por igual de flujo sanguíneo y de Información, que le ha brindado el éxito y el fracaso por mitades. No es de las que viven entre dos aguas ni de las que abusa de lo políticamente correcto. Sabe que el sobresalto propio y la provocación en el otro es una partícula inescindible de su personalidad, sin la cual perdería la alocución, tan definitiva para la autoestima, por la mera audición, auténtica tumba para las emociones en aquellas personas que han nacido para ser vistas y oídas. Gusta y disgusta como se ama y se odia al tiempo sin un por qué. Mira de frente, porte erguido, y en sus ojos se vislumbra a aquélla que pudo haber sido una notable fiscal de narcotraficantes o de pederastas. Pertenece a esa estirpe de periodistas osados y honestos que han nacido inoculados del veneno de la pasión en todo lo que hacen; de ahí que le importe tres gaitas que se le aplauda o se le apedree: siempre sacará su manita desde debajo de la tierra para devolver alguna china. Porque sólo un día la hundieron, la balancearon y la dejaron medio ida… Y se prometió que no habría una segunda vez.


Estos caracteres, claro, aparte de la evidencia del catálogo de virtudes incompleta que he enumerado, pueden verse empujados por el baño de multitudes a erigirse, como los grandes justicieros hicieron en épocas pasadas, en portavoces de aquellos que estiren su brazo en busca de auxilio. Y quizás sea uno de sus "cometidos". Pero hay riesgos. Por lo que conviene tensar el hilo de la moderación y del saber estar, sin que rompa, para evitar justamente que el denunciante –léase, periodista- ejemplifique con sus actitudes y maneras el mismo comportamiento que trata de erradicar. O lo que es lo mismo, que pueda llegar a buscar el fin de algo por las mismas sendas y rectitudes que utiliza ese algo. Y especialmente cuando el denunciante es consciente de su infinita superioridad cultural, intelectual y de tablas sobre el denunciado. En esas circunstancias, si el periodista hace de su arenga un uso exclusivamente pasional y justiciero, sin echar mano de la moderación justa –intuida, desde luego, la incuestionable victoria de antemano-, puede convertir el merecido rapapolvo en una lamentable exhibición de dominación y afrenta.


No me gusta que "grafitee" su cuerpo con todo tipo de signos "anti" o "pro", que dé lecciones de moral desde su púlpito durante tres horas cada jueves, que busque aparentar juventudes perdidas, que trate a los invitados y a los espectadores como levemente idiotas… Ni que se arrogue el derecho a salvar vidas o a condenarlas. Pero eso es lo de menos; el hecho, digo, de que a mí me guste o no. Qué importa. Hubo un tiempo en que la admiré. Pero pasó. Eso es lo que importa.
 
Quizás, no sé, dejara huella imborrable en mi ética, aquella noche, hace ya casi veinte años, en la que un tal Umbral, con aires déspotas y exigencias de niñato caprichoso y altivo, hiciera de la inquebrantable Milá poco menos que un despojo humano. Pura lapidación verbal que aún hoy me encogería el alma si lo viera.
 
Y yo que creía que el tiempo enseña… Pero no. Compruebo, con infinito dolor –y hasta rubor-, que el escritor, aquella noche, había creado escuela, una gran discípula. Al menos en las formas.
 
 
Claudio Rizo Aldeguer

 

 

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