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Y de repente un día

El vocerío las alturas resonantes
las mujeres inclementes en su cascabeleo
el cortejo rompiente como cocuyo azul
las piedras y los muros con la herida crepuscular
y la tarde desnuda hinchando la vigilia.

Escapan las voces candorosas trepidando el sueño tísico
la resaca de inventar de musitar el humo y los zafiros
y la tierra con los brazos infernales
con algas y volcanes imantados
con la lengua encallada.

Y el cuerpo clavado en el hambre
y el cuerpo clavado en las venas
y el cuerpo clavado en el vacío.

Miladis Hernández Acosta

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