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Taller de corte & corrección

Taller de corte & corrección ELOGIO DE LA CORRECCIÓN

Hace más de quince años que trabajo con gente de diversa formación y extracción social y económica: profesionales, estudiantes, escritores primerizos y avanzados. Y todos los días me parece maravilloso comprobar cómo mejoran su estilo al eliminar el ripio. Sin el lastre de las imperfecciones, sus textos no tardan en volverse dinámicos, relevantes, sensacionales.
Durante una conversación con Daniel Freidemberg, publicada en Clarín en 1992, Abelardo Castillo hablaba de su gran obsesión: alcanzar la forma expresiva perfecta.
"Creo que todo puede ser corregido –decía–. Reescribir es hacer otra cosa con un texto, y corregir es tratar de modificar ese texto dentro de las pautas que te plantea."
No dudo de que más de un lector de la entrevista –familiarizado o no con la literatura– se habrá sorprendido al enterarse de que "no se puede enseñar a escribir, pero sí a corregir"; de que Borges corregía sus textos sin parar; de que Valéry sólo publicaba cuando llegaba al hartazgo de la corrección; de que Castillo mismo eliminaría todas las ediciones anteriores de sus libros para meter mano en ellos a voluntad. Con vehemencia, el escritor sostenía que para él la corrección era, ante todo, una actitud ética respecto del significado profundo de la escritura: "En la literatura y en la vida en general, hacer menos de lo que se puede hacer me parece que es un rasgo de mala conducta".
La entrevista, indirectamente, me hizo pensar en una confusión bastante frecuente: para muchos escritores, limpiar el texto, modificarlo, ajustarlo, retocarlo, son trabajos impensables; peor todavía: innecesarios. Creo que esta actitud tiene muchísimo que ver con eso de la "fidelidad a uno mismo", con una lectura equivocada del término "inspiración", con cierto culto a la "espontaneidad", a la "intuición" y a la "pureza". Sin embargo, estoy seguro de que dichos autores sospechan íntimamente que en sus escritos –al igual que en los de todos los escritores, expertos o no– discurren dragones terribles, capaces de matar una idea de por sí brillante, de desmoronar una invención novedosa, de ahuyentar al lector más paciente. Pero, para la mayoría, la tentación de dejar las cosas como están es muy poderosa, inconscientemente poderosa. Hay quienes optan por leerse a sí mismos una y otra vez, llegando a enamorarse del tono, de cierta cadencia del texto. Al desconocer sus defectos, también terminan enamorándose de ellos. Se autoengañan. Y toda esta música grata a su oído hace imposible cualquier cambio. Tal vez sea por eso que muchos coordinadores de talleres literarios ponen el acento en la "producción original", en el "sacar afuera", en "vencer el temor a la página en blanco". Todo eso es muy bueno, pero no alcanza. En absoluto. Resultaría realmente efectivo si estuviera complementado por algo fundamental en el arte de escribir: la corrección. O, lo que es lo mismo, la búsqueda de un estilo expresivo, brillante de transparencia y nitidez.
Pero no perdamos tiempo. Los invito a que nos pongamos a trabajar.

HABLA SIR LAWRENCE

Terminaba Olivier de interpretar una obra de Shakespeare. Después de la función, un periodista alabó su estilo de actuación.
"¡Qué maravilla, sir Lawrence! –dijo–. ¡Cuánta espontaneidad en el personaje!"
"Es verdad –contestó Olivier–, salió espontáneo: lo estuve ensayando durante seis meses".
Ser claro. Ser sencillo. Ser cuidadoso. Esforzarse para resultar natural y "espontáneo".
Corrección mediante.

UNA DE ARENA

Por ahora, todo está muy lindo. Pero llegó el momento de decirles algo. No hubiera querido hacerlo; sin embargo, aterrizando en este punto del libro... en fin, tengo que darles un par de pésimas noticias. Espero no desilusionar a nadie (y, pensándolo bien, quizás alguno de ustedes hasta me dará las gracias).
• Noticia pésima "A": La utilidad de este libro es nula si ustedes lo adoptan como un programa infalible. En el arte, lo dije antes, no existen los dogmas ni los recetarios. Sólo disponemos de ciertos procedimientos, de guías de ruta. No más. En literatura hay acuerdos generales sobre muy pocas cosas. Conozco a poetas y a cuentistas excelentes que trabajan de maneras distintas de las de otros poetas y cuentistas no menos excelentes. Pero, ya sea que usen frases cortas o frases largas, siempre un común denominador unirá a todos los buenos escritores: sus textos son claros, su estilo fluye, sus ideas viven.
• Noticia pésima "B": Los esquemas de correción son solamente eso: esquemas. Sería una locura suponer que los textos pueden transformarse en ejemplos de maestría literaria sólo mediante la mera aplicación de métodos calculados al milímetro. Si sospechan que el trabajo se reduce a poner fríamente en práctica algunas técnicas más o menos ingeniosas, están listos. Si creen en aquello de "los engranajes, los mecanismos del texto", mejor dedíquense a la relojería, no pierdan tiempo con la literatura. Acá hay que dejar el alma, como en todo lo que vale la pena.
Escuchemos la voz de Friedrich Nietzsche:
De todo lo que se escribe, sólo me interesa lo que se escribe con la propia sangre. Escribe con la sangre y así aprenderás que la sangre es espíritu.
En resumen, la cosa quedará estancada si no le hacemos un lugar a la magia en el centro de nuestra literatura.
Las prácticas de corte y corrección que he sugerido y sugeriré tienden a que cada uno se forme su propio estilo. Por algo se empieza. Después, con el trabajo, vendrán la originalidad, el gusto por el detalle o por la amplificación, el desborde imaginativo, la sobria arquitectura, el festín del espíritu, la sangre.

ESO EXISTE

Imagínense en la mañana de un sábado cualquiera, solos en casa. Llueve, y parece que el tiempo seguirá así por un buen rato. Han desayunado sin apuro, no hay ningún compromiso en todo el día. Por la ventana les llega el rumor de algún auto y del agua que cae sin parar. Miran la gris claridad de la calle y el brillo de la lluvia en los charcos. Alguien cruza corriendo, dobla la esquina y se pierde de vista. Aparte de ese intrépido, nadie más se ha atrevido a salir. Y ustedes tampoco piensan hacerlo. Todavía queda aroma a pan tostado y café, y no quieren irse de la cocina. Les gusta que el momento siga durando. No pueden explicarse tanta felicidad. Simplemente, sucede.
Pero notan que también hay algo más.
Algo que despunta adentro de uno. Al principio es una sensación incierta, casi imperceptible.
Lentamente, empiezan a comprender. Tal vez éste no sea un sábado como cualquier otro.
Eso está despertando. Lo sienten. Lo han sentido más de una vez, y aprendieron a reconocerlo.
Eso.
Es lo mismo que hoy les pasa a García Márquez, a Bioy, a la vecina de acá a la vuelta, que escribe versos.
Eso.
Lo mismo que vivieron Safo, Goodis, Dante, Unamuno, Perlongher, cada vez que los torbellinos de sus almas no querían dejarlos en paz.
• Vuelen al escritorio. Larguen todo inmediatamente, ya tendrán tiempo de prepararse otra taza de café.
• Liberen Eso. Escriban lo que sea, lo que se les ocurra en este momento de gracia.
No se detengan a pensar en qué escribir. Si no se les ocurre nada, escriban sobre ese tipo que hace un minuto vieron cruzar la calle corriendo.
¿Por qué corre?
Creo que la lluvia no tiene nada que ver. Creo que corre por otra cosa.
Escapa.
Debe ser un asesino a quien la culpa persigue desde hace cinco años, desde el día en que...
¡Basta! Ustedes saben mejor que nadie qué escribirán sobre ese personaje extraño.
O, por lo menos, lo sospechan. Eso busca romper la jaula, pronto será un aullido imparable.
Estén ahí, para cuando Eso pase.

Marcelo Di Marco

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