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Carta de una mujer chilena a sí misma

Me da un poco de temor, tristeza e incertidumbre ver tantas esperanzas cifradas en Michelle Bachelet, la cual ha ganado en esta segunda vuelta eleccionaria. La gente que por ella votó, ha volcado toda su fe en esta persona. Las mismas esperanzas que teníamos millones de chilenos el año 1989 y que trabajamos arduamente para que todo cambiara. Que volviera a instalarse la democracia en nuestro abatido y humillado país. Pero luego sufrimos las mismas humillaciones y marginación que en la dictadura pinochetista. Como entonces, se nos negó la sal y el agua. ¿Cambiarán las cosas? Espero, con cierta desconfianza, que sí. Tal vez que no cambien sólo para sus partidarios, los que tienen cargos a su haber, y se enquistan en ellos pensando que éstos son eternos, lo mismo que sus vidas. 

Miro con rabia el pasado. Tantas puertas y ventanas cerradas como si estuviera vedado ser un poco feliz en el país que se habita. Nacemos con derechos y obligaciones es cierto, pero también por el camino vamos sumando esperanzas e ideales. 

La vida y las personas que la disfrutan se van encargando, con su egoísmo y prepotencia, que todo ruede por el piso como cosas sin valor. 

Si las personas eligen no ser parásitos de la sociedad si no aportar a ella en forma positiva y creativa ¿es justo entonces no lograr el objetivo; no tener oportunidades sólo por que no se tiene un partido que te avale? 

En casi diecisiete años de dictadura fuimos pavimentando el camino para que las nuevas generaciones tuvieran más libertad, hicieran oír sus voces, sus sueños y esperanzas. No fue fácil. Mucha agua turbulenta corrió por los ríos. Queríamos el cambio y para ello luchamos tantos años con fe y solidaridad. No importaba el sufrimiento si iba en beneficio de los otros, de los hijos, de los que estaban, de los que venían. 

No he votado ni en 1ª ni 2ª vuelta. El motivo es claro: desilusión, frustración unidas a cierto resentimiento, cosa normal en el ser humano. 

A los cincuenta y dos años veo la misma injusticia de antaño (tenía diecinueve cuando ocurrió el golpe militar estando en clase en la Universidad Católica de Temuco, donde estudiaba Pedagogía en Castellano). Soy una de las muchas personas que no tuvo acceso al trabajo. Por tanto, nada de sueldo, nada de previsión, nada de jubilación, nada de vacaciones pagadas, nada de nada. 

Veo que sigue existiendo una especie de crueldad, indiferencia e indolencia, sólo que están disfrazadas con ropajes más modernos. Sin embargo sigo siendo creyente al mismo tiempo que lunática y estrellística pues me siguen provocando admiración la luna y las estrellas y cada noche las observo. 

Hay unos versos de Amado Nervo con los cuales no estoy muy de acuerdo: “Vida, nada me debes. Vida estamos en paz.” Siento que la vida me negó muchas cosas, me las debe, y tan en paz con ella no estoy. Pero, a pesar de todo, Non! Je ne regrette rien, como cantaba la Piaf. 

Quizás si la única democracia verdadera consista en que todos envejecemos y morimos. A todos nos llega la hora final. A los ricos, a los pobres, a los poderosos y a los débiles. Al cruzar el umbral hacia el más allá no hay lugares escogidos con antelación para unos y otros. Ahí todos llegamos sólo con un atado que contiene lo que hemos hecho y lo que queríamos hacer. 

Tal vez se quedan a medio camino aquellos seres que usaron su vida para actuar con excesiva maldad. ¿Se quedarán sentados en medio de la nada meditando en lo que hicieron? ¿Delante de ellos habrá un letrero que diga “no pasar”? 

Estos son caldos de cabeza que estaba tomando en un momento de ira, como haciendo una carta para mí misma. Lo que pasa es que cuando escucho por radio o TV las bondades de esta coja democracia, me da urticaria, como si en este país la mayoría de sus habitantes fuéramos estultos o sufriéramos de ataxia. O como si estuviéramos conformados de tal manera que sólo nos resta ser mártires de por vida. Pero resulta que llega un momento en que la paciencia sufre de agotamiento silencioso. 

Mary Cruz Jara Urrutia

 

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