Blogia
pro-scrito

Tanteos estéticos sobre la crítica literaria

Tanteos estéticos sobre la crítica literaria Imbuido como solemos estar siempre en la lectura apasionada de textos literarios uno se pregunta, inexorablemente, ¿qué es la crítica?, ¿en qué consiste la crítica?, ¿cuáles son los rasgos distintivos fundamentales que define la labor del crítico literario? Hay quienes dicen que la crítica es una entelequia aristotélica que justifica su existencia a partir de sí misma; ¿una culebra que se muerde la cola?, ¿un Ouroboros; animal mitológico de origen griego?, ¿dónde comienza y dónde termina la crítica literaria? De qué hablamos? La versión que circula en el ambiente literario venezolano alude al crítico como a un individuo con un cierto aire profesoral o académico refugiado entre revistas especializadas o libros recién salidos del mercado editorial y que por fortuna o desgracia caen en manos de esa extraña figura denominada por los lectores con el nombre de «crítico literario». También se asocia al critico literario con la idea del lector voraz, cuasiprofesional, entregado a tiempo completo al implacable ejercicio de la disección de un texto adquirido u obsequiado por el autor con la sutil intención de que el crítico escriba una nota de prensa en algún medio impreso de amplia circulación nacional. Un crítico literario no es, obviamente, un propagandista de la trapa mi un adocenado «escritor por encargo». Un crítico no es, de ello podemos estar absolutamente seguros, un exégeta que escribe textos para las solapas o contraportadas de libros de inminente. Publicación por sellos editoriales de gran prestigio. Tampoco un crítico es un artífice de exaltaciones vanas ni de nulidades engreídas, tal se creen ciertos emborronadores de cuartillas autocalificados escritores. La labor del crítico, si la hubiere, es —debería ser en todo caso— la de leer con fruición, ¿se puede leer de otro modo?, un libro que atrapó la atención del lector desde el título mismo del libro. En otras palabras, dime que estás leyendo y te diré quién eres. Por sus lecturas los conoceréis, pudiera decirse, pues no creo que un lector que se presuma tal, con mayúsculas, no malgastaría su precioso tiempo leyendo literatura light o libros de autoayuda que lo único que dejan es un amargo sabor en la sensibilidad del lector. El lector (y por extensión el crítico) se embarca en la aventura maravillosa y maravillante de leer por el regusto placentero de solazarse en la lectura por la lectura misma, sin otra finalidad extrasensitiva.

Se lee para degustar la maravilla no para sentirse objeto de suplicios; se lee porque deseamos formar parte de un universo ficcional de un mundo paralelo, porque mientras leemos habitamos una realidad aparte pero no menos real que la crasa y difícil realidad real que nos vive, se lee y entramos a dimensión de lo real; otra intimidad se instala en nosotros para no abandonarnos hasta que finalizamos la última página. Si usted le priva al lector de su lectura, ¿adónde iría a proveerse de su materia prima para el ejercicio de su oficio? ¿Sería posible imaginar un crítico sin lecturas? Harto difícil, impensable mejor dicho. El libro es al crítico lo que el oxígeno a todos nosotros, si el crítico no lee, pregunto, ¿Cómo hará crítica literaria?, estará condenado a arar en el mar. Imagínome. Es que la lectura lo es todo o casi todo para el destino del lector. A mayor lectura mayor capital lexicográfico del crítico, mayor riqueza léxica, en consecuencia más eficacia interpretativa y mejor cobertura semántica en el abordaje hermenéutico del texto literario, porque toda relación Autor-Lector despliega una tensa e inextricable red de significaciones que se proyecta inevitablemente en la estructura mental y psicológica del lector, o sea del crítico. Ya dijimos que el crítico es, en primer lugar y ante todo, un lector pero un lector singularizado por su condición obsecuente, casi enajenada de siervo-amo del texto que ocupa su atención e imaginación. Los riesgos que corre el crítico al avanzar su impresión sobre una obra determinada son por demás obvios. Existen críticos incapaces de ver en un libro una virtud, un acierto o un atisbo de originalidad en una obra determinada.

Quisiera puntualizar que toda crítica, por más que pretenda lo contrario, está irremisiblemente supeditada a la impronta subjetiva del crítico.

Rafael Rattia

0 comentarios