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Nezhits

Nezhits Yo, pensativamente, delineaba con la pluma el contorno de la sombra circular y temblorosa del tintero. En un cuarto lejano sonaba un reloj, y a mí, el soñador, me pareció que alguien tocaba la puerta -primero suavemente, después más fuerte-; tocó doce veces seguidas y se detuvo expectante.

-Sí, aquí estoy, pase...

La manija de la puerta chirrió tímidamente, la llama de la lagrimosa vela se movió, y él emergió de la sombra rectangular -encorvado, gris, cubierto del polvo de la noche helada y estrellada...

Yo conocía su rostro. ¡Ay, hace tanto que lo conocía!

El ojo derecho permanecía todavía en la penumbra, el izquierdo me miraba temerosamente, alargado, verde-humo; la pupila era roja como un punto de herrumbre... Y ese mechón gris musgo en la sien, la ceja pálidamente plateada, apenas perceptible, y el ridículo pliegue de la boca sin bigote, ¡cómo excitaban y lastimaban vagamente mi memoria!

Me levanté -él dio un paso adelante.

El ralo abrigo estaba abrochado de una manera rara, como si fuera de mujer; en la mano sostenía un gorro -no, no era un gorro, sino un hatillo oscuro, mal hecho...

Sí, claro que lo conocía, quizá hasta lo había amado, sólo que no me podía acordar dónde y cuándo nos conocimos, y seguramente nos vimos a menudo, pues de otra manera no hubiera recordado tan bien esos labios rojos, las orejas puntiagudas, la graciosa nuez.

Con un amistoso susurro estreché su mano ligera y fría, toqué el respaldo del desvencijado sillón. Se sentó en la orilla y dijo de pronto:

-En la calle está horrible. Y decidí pasar. Pasé a verte. ¿Me reconoces? Tú y yo solíamos hacer travesuras juntos, gritábamos... Allá, en la patria... ¿Acaso lo olvidaste?

Su voz me cegó literalmente, mis ojos se llenaron de colores, la cabeza me dio vueltas; recordé la felicidad, la sonora, infinita, irrecuperable felicidad...

¡No, no puede ser! Estoy solo... ¡Todo esto no es sino un absurdo delirio! Sin embargo, lo cierto es que alguien estaba sentado junto a mí, huesudo, ridículo, con botas alemanas; su voz tintineaba, musitaba, áurea, de un verde vivo, conocida, y las palabras eran tan simples, humanas...

-Bueno- recordó. Sí, soy el viejo Leshii, el espíritu impetuoso... Y he aquí que tuve que huir...

Suspiró profundamente. Y me pareció que volvía a ver nubes meciéndose, el oleaje enorme del follaje, los destellos de los abedules como pizcas de espuma, y el eterno, dulce rumor… El se inclinó hacia mí, mirándome dulcemente a los ojos.

¿Recuerdas nuestro bosque, los pinos oscuros, los blancos abedules? Los talaron… La pena fue insoportable para mí; veo cómo crujen los abedules, cómo caen ¿y qué puedo hacer? Me echaron al pantano, lloré, aullé, hui a saltos al bosque más cercano.

Allí sufría, no podía dejar de sollozar… Apenas empezaba a acostumbrarme cuando miré y ya no había bosque, sólo cenizas grises. De nuevo tuve que errar. Buscaba un bosquecillo para mí, había un bosquecillo bueno, espeso, oscuro, fresco… y sin embargo no era igual… A veces jugaba de sol a sol, silbaba con frenesí, aplaudía y asustaba a los viandantes… Tú lo recuerdas, porque una vez te perdiste en mi espesura; tú y un vestido blanco, y yo anudé los senderos, hice girar los troncos, guiñaba en la hojarasca, toda la noche te turbé… Pero sólo fue por jugar, en vano me calumniaron... Y allí me apacigüé; la mudanza había sido triste… Día y noche algo hacía crujir todo alrededor. Primero pensé que era mi hermano, un leshii que se divertía; lo llamé y presté oídos. Hace estrépito, retumba -no, no parece nuestro. Una vez, al caer la noche, salté a un claro y vi gente tendida, unos boca abajo, otros boca arriba. Me digo: ¡los despertaré, los moveré! Comienzo a sacudirlos con las ramas, les arrojo piñas, susurro, grito… Una hora entera estuve atareado, pero todo fue inútil. Y cuando miré más de cerca me quedé sin aliento. La cabeza de uno pendía como de un hilo rojo, otro en lugar de vientre tenía un montón de gusanos gordos… No pude soportarlo. Comencé a aullar, pegué un salto y salí huyendo…

-Mucho tiempo erré por los bosques sin encontrar albergue. O era el silencio, el desierto, el hastío mortal, ¡o era tal el horror que mejor ni recordar! Finalmente me decidí; me convertí en hombrecillo, un vagabundo con su talega y me fui para siempre: ¡adiós, Rusia! Bueno, y en aquel lugar me echó la mano mi hermano Vodianoy. El pobre también se salvó. De todo se asombraba: "qué tiempos vivimos -decía- sólo desgracias". Y tenía razón, y aunque antaño se divertía y seducía a la gente (porque era excelente anfitrión), ¡cómo los mimaba y regalaba en su cueva dorada, con qué canciones los cautivaba! Y ahora solamente nadan los muertos, por cientos; el agua de los ríos parece pétrea, espesa, caliente, viscosa, no se puede respirar… Me llevó consigo. Él siguió su errar hacia mares lejanos, y por el camino me dejó en una brumosa ribera: "Sigue, hermano, búscate un matorral". No encontré nada y llegué a esta ciudad de piedra, terrible, ajena… Me convertí en hombre, con cuello, botas, como se debe; incluso aprendí su idioma…

Calló. Sus ojos brillaban como dos hojas húmedas, tenía los brazos cruzados y en el reverbero vacilante de la chorreante vela, sus pálidos cabellos, peinados hacia la izquierda, brillaban extrañamente.

-Yo sé que tú también sientes nostalgia -resonó de nuevo su cristalina voz-, pero en comparación con mi tristeza vehemente, de viento, la tuya es apenas como la respiración monótona de quien duerme. Pero nada más piensa que de nuestra tribu nadie quedó en Rusia. Unos ascendieron con la niebla, otros se dispersaron por el mundo. Los ríos de nuestra tierra están tristes, pues ninguna mano viviente derrama el brillo de la luna, se quedan huérfanos, las campanas callan si alguien no las mueve casualmente -los viejos gusli azules de mi rival, el ágil Poleboi. El dulce e hirsuto Posten abandonó, llorando, tu agraviado y vilipendiado hogar, y se marchitaron los bosques, los claros y conmovedores, los sombríos y mágicos bosques…

Y nosotros, Rusia, tu inspiración, tu inalcanzable belleza, tu hechizo milenario… Y nosotros, todos huimos, arrojados por un agrimensor desquiciado.

-Amigo, pronto moriré, dime algo, dime que amas al fantasma sin hogar, siéntate más cerca, dame la mano…

La vela comenzó a chisporrotear y se apagó. Los helados dedos tocaron mi palma, la triste y familiar risa resonó y enmudeció.

Cuando encendí la vela ya no había nadie en el sillón… nadie… pero en la habitación se percibía, maravilloso y suave, un aroma de abedul y de musgo húmedo…

* Notas:

- Este cuento se publicó por primera vez en la revista Rul, Berlín, el 7 de enero de 1921. La palabra Nezhits designa a los personajes fantásticos de la literatura rusa, como sirenas, duendes, brujas, etcétera.

- En 1999 se celebra el centenario del nacimiento del escritor Vladimir Nabokov. El célebre autor de Lolita es originario de San Petersburgo, y comenzó su vida literaria escribiendo poesía. En 1919 abandonó Rusia y vivió en Europa hasta 1940, cuando se trasladó a los Estados Unidos. A partir de entonces comenzó a escribir en inglés. El cuento que presentamos, escrito en ruso, manifiesta sin duda la añoranza.

- Leshii, según las antiguas creencias eslavas, era el espíritu del bosque, hostil con las personas.

- Vodianoy, espíritu de las aguas.

Vladimir Nabokov

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