La escritura simple
Cuando se habla que el chileno no lee, se argumenta que ello es consecuencia del precio de los textos, de la mala base que traen desde la escuela o Liceo, del influjo de la televisión, de la carencia de hábito, etc. Todo ello tiene su pizca de entendimiento. La obligación de leer en los colegios, por tomar un ejemplo, mata cualquier vuelo literario y asesina su interés. Esa obligación debiera ser reemplazada por "el placer de leer".
Los resultados serían otros.
Pero además de los precios altos, de la televisión, de la carencia de tiempo, hay que culpar también a los autores. ¿Cómo dice? Sí, los escritores, los poetas, los ensayistas, los cuentistas, novelistas, etc. Ellos tienen su cuota de infracción. ¿Pero cómo, si ellos lo único que desean es que lean sus ejemplares? He ahí lo curioso. Porque incuestionablemente cualquier escritor escribe para ser leído, no para ser ignorado y lo que inventa se lo toma muy en serio. Terrible sería el caso de alguien que ha escrito una obra muy sesuda, pesada y profunda y vea con espanto cómo sus lectores se ríen a carcajadas. Ese autor debiera pegarse un tiro en la cabeza...
Pues bien, cuando decimos que los escritores también cometen delito en la falta de interés del chileno por la lectura, nos estamos refiriendo a su estilo, a su forma de emplear el lenguaje. Horrible. Existen autores que no debieran escribir porque son malos de frentón, aunque ellos se crean predestinados. No tienen talento ni se esfuerzan por tenerlo. Redactan pésimo. No se dan cuentan (siempre hay alguien que les aviva la cueca) ni se preocupan del lector, su fin último. Les encanta emborrachar la perdiz o darnos mamotretos buenos para combatir el insomnio. No captan la realidad. Creen que oscuridad es sinónimo de profundidad y cantidad de calidad. El entretenimiento no cuenta para nada en su norte. Abominan de él. Son muy graves. Son muy aburridos.
De esa forman, ahuyentan a cualquier desprevenido lector. Estos escapan lejos, aterrorizados.
Se ve en poesía, donde el arte no cuenta y cada día los poetas se dedican a filosofar. ¿Por qué hacerlo cuando para eso está la filosofía? Por una sencilla razón: se creen dioses, se sienten profetas, piensan que son predestinados, recibidores de luces divinas. ¡Ay Señor!
Sus textos son indigeribles.
Peor aún los novelistas. Como no tienen límites de espacio, sueltan la bestia de la ignorancia y de la verborrea, hablando hasta por los codos. ¿Límites? No hay, no existe. Son tediosos.
Los críticos literarios no lo hacen nada de mal. A fin de no pasar por ignorantes o por seres que viven a costa del trabajo de los creadores, cogen la espada del academicismo, de la oscuridad, del método y nos entregan parrafadas extensas, lateras, sosas, pedantes, estériles, capaces solamente de lograr sonrisas o señales de asentimiento...entre ellos mismos.
¿Y que pasa con el lector, a todo esto?
Sigue aguardando que lo interesen, que lo hagan soñar, que lo encumbren a las alturas, que le enseñen en forma entretenida, que lo hagan vagar por los vericuetos del espacio mediante una escritura simple, sencilla, ordenada, musical. Espera que lo atrapen o que capturen su interés.
Hay legiones de ellos esperando afuera.
Explíquese ahora, entonces, el escaso interés por la lectura.
Jorge Arturo Flores
Los resultados serían otros.
Pero además de los precios altos, de la televisión, de la carencia de tiempo, hay que culpar también a los autores. ¿Cómo dice? Sí, los escritores, los poetas, los ensayistas, los cuentistas, novelistas, etc. Ellos tienen su cuota de infracción. ¿Pero cómo, si ellos lo único que desean es que lean sus ejemplares? He ahí lo curioso. Porque incuestionablemente cualquier escritor escribe para ser leído, no para ser ignorado y lo que inventa se lo toma muy en serio. Terrible sería el caso de alguien que ha escrito una obra muy sesuda, pesada y profunda y vea con espanto cómo sus lectores se ríen a carcajadas. Ese autor debiera pegarse un tiro en la cabeza...
Pues bien, cuando decimos que los escritores también cometen delito en la falta de interés del chileno por la lectura, nos estamos refiriendo a su estilo, a su forma de emplear el lenguaje. Horrible. Existen autores que no debieran escribir porque son malos de frentón, aunque ellos se crean predestinados. No tienen talento ni se esfuerzan por tenerlo. Redactan pésimo. No se dan cuentan (siempre hay alguien que les aviva la cueca) ni se preocupan del lector, su fin último. Les encanta emborrachar la perdiz o darnos mamotretos buenos para combatir el insomnio. No captan la realidad. Creen que oscuridad es sinónimo de profundidad y cantidad de calidad. El entretenimiento no cuenta para nada en su norte. Abominan de él. Son muy graves. Son muy aburridos.
De esa forman, ahuyentan a cualquier desprevenido lector. Estos escapan lejos, aterrorizados.
Se ve en poesía, donde el arte no cuenta y cada día los poetas se dedican a filosofar. ¿Por qué hacerlo cuando para eso está la filosofía? Por una sencilla razón: se creen dioses, se sienten profetas, piensan que son predestinados, recibidores de luces divinas. ¡Ay Señor!
Sus textos son indigeribles.
Peor aún los novelistas. Como no tienen límites de espacio, sueltan la bestia de la ignorancia y de la verborrea, hablando hasta por los codos. ¿Límites? No hay, no existe. Son tediosos.
Los críticos literarios no lo hacen nada de mal. A fin de no pasar por ignorantes o por seres que viven a costa del trabajo de los creadores, cogen la espada del academicismo, de la oscuridad, del método y nos entregan parrafadas extensas, lateras, sosas, pedantes, estériles, capaces solamente de lograr sonrisas o señales de asentimiento...entre ellos mismos.
¿Y que pasa con el lector, a todo esto?
Sigue aguardando que lo interesen, que lo hagan soñar, que lo encumbren a las alturas, que le enseñen en forma entretenida, que lo hagan vagar por los vericuetos del espacio mediante una escritura simple, sencilla, ordenada, musical. Espera que lo atrapen o que capturen su interés.
Hay legiones de ellos esperando afuera.
Explíquese ahora, entonces, el escaso interés por la lectura.
Jorge Arturo Flores
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