Júbilo del cuerpo
Júbilo del cuerpo,
relámpago azul que se libera,
tierno canibalismo de mi sexo
comulgando con la carne
y ese vino especial de sus más íntimos fluidos.
¿Qué torbellino de luciérnagas,
qué aguacero dulce?,
truenos desgajados por debajo de la hierba ,
nuestros labios enlazados
callaban a la luna,
¿qué rumor de peces
allá en el fondo del abismo?.
En los ojos proyectado el fuego,
a lomos de la noche oscura;
el azogue turbio
precipicio de la lluvia;
frágil barca la guarida
al borde del golpe de las aguas;
¡Oh!, que pavor temblando en las rodillas,
del deseo mariposillas añiles,
vórtice del preámbulo del beso,
procurando devorar al mundo
a destellazos húmedos y tórridos,
lamiéndonos los ojos,
comiéndonos las manos y sus crueles dedos..
Dichoso encuentro de esa espina
que ablanda el corazón,
arrancada a las sonrisas
de ese cauce volcado en nuestras lenguas.
Qué revoloteo de abejas alteradas como chispas,
qué silencio solemne el de las ranas,
qué austeros y atentos esos grillos,
al rozar mi alma con tu alma,
al pasar la tuya por la mía,
qué aullido unísono de perros.
Nuestros vientres fluidos ríos derramaban,
desde tu cuerpo lanzándome al vacío
hasta llegar allí, agazapada ebriedad
de miradas abrazadas al delirio.
Un instante...
y mi dorso retenido inauguraba el alba;
sigiloso descendí por las escalas de la noche,
tu perfume de vorágine sangrienta me guardaba
de esa ciudad, bostezándose del sueño,
de sábanas marchitas y nunca suficientemente amplias.
Edgar E. Ramírez
relámpago azul que se libera,
tierno canibalismo de mi sexo
comulgando con la carne
y ese vino especial de sus más íntimos fluidos.
¿Qué torbellino de luciérnagas,
qué aguacero dulce?,
truenos desgajados por debajo de la hierba ,
nuestros labios enlazados
callaban a la luna,
¿qué rumor de peces
allá en el fondo del abismo?.
En los ojos proyectado el fuego,
a lomos de la noche oscura;
el azogue turbio
precipicio de la lluvia;
frágil barca la guarida
al borde del golpe de las aguas;
¡Oh!, que pavor temblando en las rodillas,
del deseo mariposillas añiles,
vórtice del preámbulo del beso,
procurando devorar al mundo
a destellazos húmedos y tórridos,
lamiéndonos los ojos,
comiéndonos las manos y sus crueles dedos..
Dichoso encuentro de esa espina
que ablanda el corazón,
arrancada a las sonrisas
de ese cauce volcado en nuestras lenguas.
Qué revoloteo de abejas alteradas como chispas,
qué silencio solemne el de las ranas,
qué austeros y atentos esos grillos,
al rozar mi alma con tu alma,
al pasar la tuya por la mía,
qué aullido unísono de perros.
Nuestros vientres fluidos ríos derramaban,
desde tu cuerpo lanzándome al vacío
hasta llegar allí, agazapada ebriedad
de miradas abrazadas al delirio.
Un instante...
y mi dorso retenido inauguraba el alba;
sigiloso descendí por las escalas de la noche,
tu perfume de vorágine sangrienta me guardaba
de esa ciudad, bostezándose del sueño,
de sábanas marchitas y nunca suficientemente amplias.
Edgar E. Ramírez
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