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Pesadilla

Pesadilla Cada diez días es el mismo sueño. No sé dónde sucede; creo que es un hotel de Amiens, o de Colonia, o de Tetuán. Una mujer muy joven y muy hermosa, desnuda, sentada en una cama cubierta con una sábana roja, lee frente a mí, en una hoja de papel A-3, uno de mis poemas (no sé cuál). Tiene los ojos empañados y me dice: "Es precioso, Elías, es precioso..." Repite esta frase continuamente, con una pausa de algunos segundos, y sin decir ninguna otra cosa.

Yo no me canso de oírla ni de mirarla, pero pasados diez años tengo que admitir algo de lo que me di cuenta al poco tiempo: dos o tres centímetros por debajo de la rodilla, sus bellísimas y largas piernas se transforman en patas que terminan en pezuñas de un marrón oscuro casi negro.

Entonces tengo miedo y quiero salir de la habitación, pero la habitación no tiene puertas ni ventanas. Me doy vuelta para no mirarla; quiero estar en mi casa, con mi gente, escribiendo en la vieja mesa; busco mi bolígrafo y mi libreta, pero cuando miro mi mano veo que no está, que el brazo termina en la articulación de la muñeca. La muchacha no ha parado de repetir la misma frase. La miro de nuevo y veo que sigue igual, pero su cabeza está invertida, y las lágrimas caen por la frente y por el largo cabello rubio que se derrama sobre los senos.

Me despierto físicamente enfermo, y con deseos de que mis compañeras falten al trabajo y esté yo solo y haya mucho quehacer, y me doy una ducha helada y recorro todos los canales de televisión y me acuerdo de mi infancia, cuando rezaba.

Elías Gómez García

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