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Versión publicable

Versión publicable Empezaba a sentir la inquietante sensación de que se trataba de una broma cuando por fin me hicieron pasar al escritorio. El personaje me saludó sin levantarse de su silla y me clavó una mirada penetrante que fue suficiente para derrumbar mi escepticismo. Su actitud bastó para convencerme de que si lo que tenía para decir no era inmediatamente verificable, era para él una verdad absoluta.

En esa primera entrevista, que ni siquiera fue publicada, lo mencionó como al pasar y cuando la desgrabé no me pareció importante. Por suerte acostumbro a conservar todas las cintas y el documento original no se perdió.

La segunda vez fue bien diferente: no paraba de hablar de Intimahuida. Todo lo que le quedaba por saber que, según sus propias palabras, era tanto como lo que ya sabía, lo encontraría en ese lugar. Tenía todo listo para el viaje y se mostraba eufórico. De eso se publicaron unas líneas dentro de un recuadro que no sabían en que sección incluir. Tuve que discutir arduamente para que le dieran un lugar junto a la ciencia.

Cuando me enteré que había vuelto de Intimahuida fui a entrevistarlo por mi cuenta, nadie en el diario pensó que valiera la pena molestarse por conseguir esa nota. Realmente había cambiado. Su mirada era huidiza y hablaba muy lentamente. De su viaje apenas dijo tres o cuatro cosas. Elegía cada palabra con mucho cuidado y parecía interesado en ser comprendido de la manera mas exacta posible. Yo, por mi parte, lo escuchaba con toda atención pero no fui capaz de entender cabalmente de que me estaba hablando ni mucho menos armar un texto que se pudiera publicar. Decidi olvidarme del asunto pero de todos modos, tal mi costumbre, conservé aquella cinta donde se decía aquello de los animales fantásticos, de Intimahuida y de la causa incausada.

No sé cómo vino a mis manos aquella revista de poesía. Lo notable fue que inesperadamente vi mencionado al alquimista y me enteré de su internación en el manicomio. A pesar de que no me interesa la poesía se me ocurrió leer algunas. La última, que firmaba un tal Mosquera, se titulaba "Viaje a Intimahida".

No sé cómo pude ir a verlo al manicomio. Un simple hospital me deprime terriblemente. Además, no tenía nada que ver con mi profesión, del diario ya me habían echado.

Aquella tarde me contó todo lo que no se había atrevido a decir en la entrevista anterior y me atreví a escucharlo. No había cerca ningún cuerdo que pudiera censurarnos y yo ya estaba libre de la obligación de extraer de su discurso una versión publicable. Su relato fue verdaderamente impresionante, pero no puedo decir que cambiase mi vida, tal mi secreta esperanza. Lo que sí la cambió fue un gesto que tuvo cuando nos despedíamos: me entregó un cuaderno que guardaba debajo de su cama y me pidió que lo conservara porque -según dijo- no escribiría más.

La publicación de sus poesías con un prólogo mio no me reportó ningún dinero pero si una cierta notoriedad en el ambiente literario y editorial que se acrecentó cuando alguien pretendió hablar directamente con el autor. Sólo lograban que contestara frases sueltas e incoherentes. Esto me convirtió en una suerte de heredero de su obra e incluso se llego a sospechar que en realidad la había escrito yo. Así fue como volvieron a ofrecerme interesantes trabajos como periodista y hasta conseguí publicar también unos cuentos que había escrito durante unas vacaciones.

Desde entonces paso mis días sin sobresaltos, aunque de las noches no puedo decir lo mismo. Nunca dejo de sonar que unos animales extraños y enormes me persiguen por un bosque o una selva. Ni siquiera pude salvarme esta mañana de vuelta de los festejos por el casamiento de mi hija: los monstruos me estaban esperando.

Por la tarde, mientras tomaba mate en silencio con mi mujer, terminé de decidirme: el lunes sin falta emprendo el viaje a Intimahuida. Después de todo ya pasé mucho tiempo siendo un hombre responsable y ahora tengo una hija convenientemente casada y un hijo con un buen empleo. Mi mujer tendrá que perdonarme y seguramente se va a consolar pensando que podrá traer a casa a alguna de sus tías indigentes.

A quien desee saber algo acerca de ese territorio misterioso llamado Intimahida lo remito al volumen de poesías del alquimista que me enorgullezco de haber prologado en su primera edición. Para el buen entendedor allí está todo. Yo saldré caminando por la vía, sin apuro. No esperen que les cuente el final de mi historia porque no pienso volver.

Ángel del Canto

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