Enloquecidamente
Después de la ducha obligada, desayunó. Le costaba retomar la rutina comenzada hacía una semana. Bajó lentamente la gran escalinata. El frío hacía dudar sus pasos -sería sólo una hora de distracción- Después de atravesar el parque caminó hasta la reja, llegó a la calle, el tránsito voraz, la gente apurada, la indiferencia, las miradas perdidas...
Allí estaba él, con muchos años vividos, extendiendo el brazo, la mano abierta; con voz gastada le pidió la moneda.
La reacción fue inmediata, el cuchillo penetró una y otra vez y otra vez en su cuerpo hasta matarlo y nuevamente le gritó que no le había quitado el dinero.
Y corrió. Corrió enloquecidamente. Corrió. Cruzó la calle, atravesó el parque, subió las escalinatas. A la enfermera le mostró sus manos cubiertas de sangre, a gritos juraba no haber robado.
El médico determinó "prohibida las salidas". "Enfermera de cuidado".
Marita Margan
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