Navidad sin culpa
La Navidad ha perdido su espíritu gracias al desenfrenado consumismo que la ha convertido en una fiesta comercial antes que en una celebración religiosa, no se cansan de repetir sacerdotes y algunos voceros del catolicismo.
Felizmente la población no hace caso a sus admoniciones y reivindica el sentido ancestral que posee el intercambio de regalos en todas las culturas. La expresión de afectos a través de objetos forma parte del lecho rocoso de la psicología social humana, y sólo el afán de extender el sentimiento de culpa a cuanto resquicio se pueda por parte de cierto sector de la Iglesia católica puede llevar a que se pretenda desvirtuar esta práctica como si ella ensuciara una festividad religiosa.
En el fondo, lo que se halla detrás de esta monserga es -parafraseando el título de un libro del pensador liberal, Ludwig von Mises- la secular mentalidad anticapitalista que se expresa a través de un ritual verbal repetido siempre en estos días del año, como parte de la operación psicosocial de más antigua data que se tenga noticia.
La Navidad es, sin lugar a dudas, una fiesta religiosa, pero también es la fiesta de los niños, de la familia, de Papá Noel, de la nostalgia, de la euforia y de la melancolía. Es un hecho sagrado descifrado por los códigos humanos y como tal también legítimamente profano.
Es tal la importancia de la fiesta navideña que hemos creído válido dejar por un día el análisis de la actualidad para reflexionar sobre ella y reivindicar su naturaleza humana.
Desde esta columna deseamos que hoy en la noche se cene y se beba, se abrace y se bese, se ría y se llore, se cante y se regale en la medida de las posibilidades de cada quien. Así somos y debemos resistirnos a que este maravilloso espacio vital sea sembrado de angustia por los predicadores de la culpa.
Juan Carlos Tafur
Felizmente la población no hace caso a sus admoniciones y reivindica el sentido ancestral que posee el intercambio de regalos en todas las culturas. La expresión de afectos a través de objetos forma parte del lecho rocoso de la psicología social humana, y sólo el afán de extender el sentimiento de culpa a cuanto resquicio se pueda por parte de cierto sector de la Iglesia católica puede llevar a que se pretenda desvirtuar esta práctica como si ella ensuciara una festividad religiosa.
En el fondo, lo que se halla detrás de esta monserga es -parafraseando el título de un libro del pensador liberal, Ludwig von Mises- la secular mentalidad anticapitalista que se expresa a través de un ritual verbal repetido siempre en estos días del año, como parte de la operación psicosocial de más antigua data que se tenga noticia.
La Navidad es, sin lugar a dudas, una fiesta religiosa, pero también es la fiesta de los niños, de la familia, de Papá Noel, de la nostalgia, de la euforia y de la melancolía. Es un hecho sagrado descifrado por los códigos humanos y como tal también legítimamente profano.
Es tal la importancia de la fiesta navideña que hemos creído válido dejar por un día el análisis de la actualidad para reflexionar sobre ella y reivindicar su naturaleza humana.
Desde esta columna deseamos que hoy en la noche se cene y se beba, se abrace y se bese, se ría y se llore, se cante y se regale en la medida de las posibilidades de cada quien. Así somos y debemos resistirnos a que este maravilloso espacio vital sea sembrado de angustia por los predicadores de la culpa.
Juan Carlos Tafur
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