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Versos actuales

Morir en primavera

Imagina una vida repleta de octubres
imagina la malahierba
cubierta de flores frescas
imagínate un año completo
de sólo octubres constituido.

Imagina nacer
con el verdor exuberante por escenario
con la arboleda frondosa y vigorosa por jergón
imagina vivir, tan sólo vivir
sin reparar en que la muerte te espera
más allá de la primavera
y tu primavera es eviterna
y tu vives solamente para ella.

Imagina si la muerte te sorprendiese en octubre
la naturaleza adorándote
el arroyo florecido como cristal,
los volantines, sus hilos enredados
los aromas rutilantes y orgullosos,
la hojarasca, sólo bruma de rocío sobre ella:
¡qué hermosa muerte sería!

Imagina nacer en octubre
imagina morir en octubre
imagina girar
una vida entera en espiral perfecta
imagina poder decir
aquí nazco, aquí muero

No,
no lo imagines
enciende la chispa de tu albedrío.

Felipe León

Tu voz como un eco que no calla

1

Este amor se ha vuelto callejero,

intrépido, mirón, inverosímil.

Se ha vuelto bandido,

vicioso, prostituto.

Anda buscándote y no te encuentra.

Este amor

se ha dedicado a mostrar las piernas,

las manos y los labios.

Anda buscándote por todas partes

y no te encuentra.

Este amor está predestinado

a perderse en la ausencia,

en la burla y la borrachera,

en la oscuridad y la penumbra,

en todos los ojos:

Este amor está sin ti.

2

Dibujo tus ojos,

los miro como nunca,

a lo lejos.

Los oigo,

me quedo.

Observo tu mirada.

¿Cómo podría dibujar tu mirada?

Viene desde adentro,

con todo lo que tienes que decir.

Dibujo tus ojos,

manantial de un mundo abierto.

3

Una mezcla de son candente y brisa tibia.

Un yo no sé de sinsabor y miel,

de luz en la mirada

y oscuridad de algunos momentos.

Un ensamble perfecto

de inocencia y equilibrio.

Una piel blanca de recuerdos

en que he sentido tu aliento

tan cerca,

como respirando conmigo.

Un latido tan fuerte de emoción,

de rabia,

de angustia,

de amor.

Una sombra imborrable impregnada en mi piel,

una caricia en el rostro del amor y el ayer.

4

Mejor me guardo las flores,

están empalagadas de un amor

y de pronto se te pega su miel.

Y si te abrazo,

quizás vengas a quedarte en uno conmigo.

¿Qué pasaría entonces?

Mejor me guardo mis poemas,

están empalagados de amor

y de pronto se te pega su miel,

se te pega su aroma.

Mejor lavo mi cuerpo con agua de sal

para no impregnarte de este amor

que se ha quedado.

Aunque lave mi cuerpo,

mis poros no saben hacer otra cosa

que emanar amor por ti.

5

Me persigues

y resuena tu voz como un eco que no calla.

Tus pasos van detrás de los míos,

son iguales,

son tus ojos.

Me sigues.

Te veo huyendo de repente,

te veo triste,

te veo danzando tras la muerte.

Tocas mi cuello,

miras mis ojos,

te alejas,

te quedas.

Obsérvame pero no me sigas.

Salta hasta mi mirada

en el segundo exacto,

tú sabes dónde encontrar mis ojos.

6

Están todavía tus dedos

recorriendo mis mejillas.

La historia se detuvo en ese instante

en que mis poros se abrían

al paso de tus manos.

Lentamente recorriste mis labios

porque los deseabas.

Yo estaba serena,

envuelta en tu magia,

y tus manos

ahora tomaban mi rostro como suyo,

con los ojos cerrados.

La inercia era casi inmortal.

Solo existía ese momento de ternura

en que tus labios se posaron sobre los míos.

7

Machucando la magia,

sentada sobre una búsqueda

incoherente de palabras,

con el pensamiento

del frustrado.

En la tarima del trofeo,

soñando con la nada,

enterrada de cabeza,

sé que no hay nada más

que este presente que se va.

8

Señora,

va usted entrando sin permiso.

He podido pedirle que se detenga.

Por su ventana,

trata de predecir mis movimientos.

La decencia me ha impedido

parar con su interés

¡maldita decencia!

Señora,

vaya usted a ocuparse de su vida,

está caminando tras la nada:

cada instante muere.

¿En que consiste su negocio?

Dar información sin obtener

nada a cambio,

solo por la bendita

satisfacción de hacer mi vida pública.

9

No existe luna,

estoy corriendo tras el crepúsculo que no llega.

Mientras continúo la carrera,

me quedo sin cabellos,

los tengo en las manos,

la desesperación se ha apoderado de mis ojos,

de mis labios y mis dientes.

No existe luna en la tierra.

Los gusanos vienen por mí.

No sé nada,

Cada segundo mi mente lo recuerda.

10

El cristal amenaza mis oídos,

no hay tierra.

Se evapora la sustancia con la cera de una baldosa

y va la baldosa a ocupar el lugar de la tierra.

Rebeca se come la tierra,

y vengo a quedar arrinconada,

plasmando letras.

Rebeca come cristal

y se transforma en porcelana.

11

Oír tu voz

fue un relámpago

fundido en las espúreas fantasías

de la imaginación.

Fue la nada y el todo

de la incertidumbre

convertida en inverosímil realidad.

Fue el recóndito sentir de lo inesperado,

de aquello que te deja sin palabras.

Károl Lázaro

Óxido de hierro

I

Lamento no haber visto la intención
de tus ojos en la noche, fatal
no haber interpretado la opresión
de tu mano esquiva en mi ingle
de plata. No sé ni diferencio
cuándo alguien me ama o sólo me conmueve.
Recogeré, pues así lo pide tu mirada
ahora, las prendas depositadas como ofrenda
a los pies de tu lecho -el carmín
en las sábanas, los icores, se quedarán
tras mi marcha en el buzón de los sueños-
y me alejaré
como el delincuente que persigue un deseo
intangible, como la fiera ahíta por un rato,
como si no fuera Lot
y tú me importaras.

II

Sólo la luna brilla en el campo desnudo
a esta hora de sombra casi irreal
y me baña con su cascada de luz
con la sobria suavidad del algodón humedecido.
Voy de una luz a otra, sombrío,
-bajar para subir, estallar como un globo
tenso por el gas- por un campo de peces
muertos, donde resbalan mis pies,
sin equilibrio. El mundo es un gran cuarto
oscuro, virtualmente abierto a los curiosos.
A la luz escasa de esta búsqueda
punzan las púas agrias de las ortigas,
como rosas y encías sangrantes.
De vez en cuando oigo gritos,
risas, de bultos que acechan tras los arbustos,
como los ecos rotos de una luz pegajosa.

III

Por la mañana
un montón de chatarra,
de viejos carromatos de óxido
en los bordes del camino,
y un árbol solitario
al pie de un río.

IV

A este árbol de fuego en el verano
le quedan solamente unas hojas de cobre
recortadas contra el amianto del cielo.
Los arcángeles del barro observan mudos
cómo las cardelinas pían en sus ramas casi
desnudas. Ya no sé si voy o vengo,
si crezco hacia lo alto, como un tornado,
o me hundo en el fango y la sevicia
como un muerto arrojado a la tumba.
No soy de nadie, sino de la tierra
que abrupta me besa y me posee.
Y del viento, que me acuna en la tarde.
A la luz de la estación fría, blanca
de nieve en lontananza, no valgo
más que el afán de ser nube,
sin dejar de ser raíz que busca el agua.

Jesús Jiménez Reinaldo