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Versos actuales

La portadora

Ella sacó a pasear las palabras
y las palabras mordieron a los niños
y los niños le contaron a sus padres
y los padres cargaron sus pistolas
y abrieron fuego sobre las palabras
y las palabras gimieron, aullaron
lamieron lentamente sus ciegas heridas
hasta que al fin cayeron de bruces
sobre la tierra desangrada
Y vino la muerte entonces
vestida con su mejor atuendo
y detúvose en la casa del poeta
para llamarlo con gritos desesperados
y abrió la puerta el poeta
sin sospechar de qué se trataba
y vio a la muerte colgada de su sombra
y sollozando
"Acompáñame", le dijo aquella
"porque esta noche estamos de duelo"
"Y quién ha muerto", preguntó el poeta
"Pues tú", respondió la muerte
y le extendió los brazos
para darle el pésame

Mario Meléndez

Estoy harta

Estoy harta.

Harta de buscarte en cada lugar
y de sentirme mal por no haberte encontrado.

Harta de soñarte,
de sentir tu presencia con sólo imaginarte;
harta de pensar en ti, en tu olor,
en tu cuerpo, en tu sonrisa.

Estoy harta de echarte de menos,
de valorar tanto esas pocas horas que pasamos juntos
y de considerar que son toda mi vida.

Estoy harta de engañarme,
de hacerme la fuerte,
de fingir indiferencia.

Estoy harta de que no pase el dolor.

Estoy harta de tu silencio, de tu olvido, de tu crueldad...
No deberías ser feliz sin mí, y estoy harta de que lo seas.

Estoy harta de esperar una llamada tuya, una disculpa, un gesto,
de fundirme con cada beso que no me das,
con cada caricia que no recibo.

Y, sobretodo, estoy harta del peso de tu ausencia.

Lucy Fher

La palabra

Aquel niño vivía serenamente
en su rincón de sombra provinciana, A la orilla
del mar, había aceptado la realidad y, bajo las estrellas,
la noche era solemne, dura y sola.
No recordaba ya sino navíos,
sino cansancio y faros a lo lejos. Tendido,
el mar se confundía con el hombre: bastaba
un soplo,
cerrar los ojos un instante, y perezosamente
todo el paisaje se desmoronaba,
daba lugar a sombras sucediéndose, o mejor,
era la muerte lo que sucedía.

¿Cómo salvarse entonces, vigilante
entre el terror y la serenidad?
¿Qué respuesta entregar a la noche, a lo desvanecido,
sino el relato privado de un proceso, efímero
como la misma infancia insolidaria?

A solas, juez y parte de la historia extinguida,
buscó en sí mismo la noticia exacta
de lo desconocido.
Y nació la palabra. Sólo entonces,
con negación y sin remordimientos,
halló una certidumbre verdadera.

Carlos Sahagún

Alas de mariposa

De su cadáver
salían gusanos luminosos
y crecían sendos tulipanes negros.

Sólo un recorte de un viejo periódico sensacionalista
hacía recordar que años atrás
un desconocido poeta
se había suicidado
cortando sus venas con alas de mariposa
luego de inhalar por horas
el suave polvo de sus alas.

Esteban Gómez

Nocturno con conciencia de vuelta

Sucede sin previo aviso
encontrar a alguien con quien dormir una noche,
para despertar después de amor incumplido
frente a un rostro
al que no terminamos por acostumbrarnos.

De vuelta a casa nos acogen presagios de mucha realidad
o de muerte amenazada con fatiga de seguir expresándola
poco a poco.
Me irrita saber si fue todo inútil o necesario,
si tuvo que pasar porque quise que pasara,
me irritan los lazos que revisan la trama, la manera, la culpa,
la pura vergüenza.

Y afirmo y borro que en esas redes,
en estas redes, he contado lo inexorable del fruto
y del mar que es mucho más amplio.
Afirmo y borro que en ellas caeré, quizá ilusión o nuevo lecho,
o simple error en la misma historia pareciéndonos nueva.
He aquí la voluntad del hijo: equivocarse, quererse sobremanera
y darse cuenta de que no todo tiene un modo de sentido.

En la leve inclinación del cuerpo,
con la suave laxitud del reposo,
hoy me inclino al lado del comienzo,
cuando de amor se tuvo un rostro,
cuando se sabe lo poco que sirve en estos casos.

José Teruel

Poema de Navidad

¿No tenés un juguete
para mí? dijo el gurí
zambullido en la basura
desde un tacho que hace años
parece fue carmesí.

Y no supe que decir
dije no y dije sí.
Como una aguja en el pecho
me dio pena y me escurrí.

Entre las sombras se van nadando
por la piscina de mi ciudad.
Cada avenida una zambullida
buscando un sueño que haga jugar.

Es que un juguete es como reír.
Los niños pobres van a pedir.
Los Reyes Magos duermen en shoppings
ellos lo saben, no son de aquí.

Los niños pobres van a pedir
y el mundo rico le pone rejas
y los juguetes quieren venir
pero están presos, no pueden ir.

¿No tenés un juguete?

Y Él dirá:
"Por cada juguete que des a cada uno de
estos niños y niñas,
me lo estás dando a Mí" Mt. 25, 31 y ss.

Y yo le pregunté al gurí
- ¿Cómo te llamas?-

Y me contestó
- "Jesús de Uruguay, hijo de María".

Y cuando los sabios vieron la estrella
se alegraron mucho. Luego entraron en la casa
y vieron al niño con María.
Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro,
incienso y mirra". Mt. 2,10-11

Nosotros, los cristianos hoy,
abriremos nuestros cofres. ¿Qué tienen los cofres?
¿Serán paquetes que trajimos del shopping?

¿Qué nos daremos?

Jesús se hizo casi basura
para reciclar la vida
entonces: una reciclada Navidad.

Juan Damián

La vida

Los caminos de la vida no tienen principio ni final.

Lo que algunos llaman vida, otros llaman sueño;
lo que aquellos llaman muerte,
estos lo llaman el despertar de ese dulce sueño
o quizás, de aquella terrible pesadilla.

Todo depende de como construyamos esos caminos
que no tienen principio ni final...
Pero que algún día terminaran,
en las ilusiones de aquel ser que lleva una estrella en el corazón.
Esa estrella que nunca nació y nunca morirá.

Esa misma estrella que dará luz
hasta el mismo instante en que las demás dejen de percibirla.

El día del juicio final,
la raza humana dejara de existir,
en el mismo momento,
en ese mismo instante que el hombre pierda su objetivo de lucha
y la capacidad de sentir amor al prójimo.

Eleonora Borgoglio

Colón

Colón Las cosas están tan malas en Colón que las iglesias se quedan abiertas las veinticuatro horas. Dan las misas por altoparlantes. Por si llega el milagro, por si llega de todos modos lo que tenga que llegar, por si las moscas. Los colonenses esperan un mesías, un mesías que los lleve de la mano o con sogas y cadenas a través de compuertas para llegar de un lado a otro milagrosamente, como quizás en atávica madrugada les enseñaron que tenía que ser. Porque en Colón no se empequeñece con andas, y si la canal maestra de la esperanza, la canal maestra de la fe. No se cierran las puertas de nada ni de nadie en la desdichada capital del tránsito y la visitación, la más estratégicamente colocada en de los que se cuentan condados más ricos de la gran República del Norte. Está abarrotada de ángeles que mean, como quieren decir, las llantas de carros, taxis y autobuses, para hacerlos correr, vaya a saberse, sin percances, pero quién sino este arriesgado observador y atrevido afirmador puede con certeza observar y afirmar sobre el urinario atrevido y arriesgado objetivo de los colombinos ángeles.

No podemos culpar a Dios por no haberse quedado más en Colón. Si por mejor decirlo mejor lo hizo. Me dejó en Colón sin saberlo con Zeus, sí, como se lee, porque en la del canal después que se hundió la Atlántida flotan al más de nombre los olímpicos. Un Zeus particular que las lectoras y los que leen y no leen se verán felices de que se lo describa aunque a la enjuta. Sencillo de hacer, pues, si se piensa en la piedra de toque de Hollywood, no en James Dean dominando la Quinta avenida sino en más modestos y menos eróticos emplanajes y por ello más como el del viejo Bogart o el del joven Keitel ambos bien planchados y en forma. Zeus Miguel se llamaba y estaba dotado de lo necesario para llevarte a donde hubiera que llevarte a ti y al piano en carro nuevo y con pistola. Alas de Mercedes de algodón y plata con que levantar vuelo y sostenerse planeando en las alturas. La pistola, de largo, afilado y resplandeciente acero para matar y que te maten. Zeus Miguel, el que se parece a Dios con muslos dorados y defundadas faltriqueras, te lleva a donde haya que llevarte, como dije, y te ofrece lo habido y por haber en materia de orientación turística sobre la base derelicta y la ciudad sitiada.

-Vamos al canal -sugiere.

Y lo dejas llevarte a ver lo que quiere que veas desde su ángulo particular, mejor que cualquier otro, ángulo que se tiene estudiado a la saciedad para sorprender al viajero con originalidad que nunca conocieron free-lancers. Esta vez me conduce a las escalerillas más a propósito para ver a Dios viendo lo que yo veía pero desde otro ángulo. Desde el ángulo de Ciudad de Panamá al que lo habían guiado unos amigos judíos que conociera el viernes en la sinagoga y de los que se sabrá que dedicaban los hebraicos esfuerzos a la industria de la lavandería. Esto último me lo confesó con reparos en la intimidad del dormitorio Dios al que también llevaron y trajeron los lavanderos, y este servidor lo repite sin ningún reparo en casta pública alcoba en que el lector está invitado a reposar del sobresalto y el trajín de su vida extratexto, y con no menos prueba que la palabra y el genio del esencial y amado compañero de viaje.

No hablamos particularmente de este asunto Zeus y yo sino de parte de él harto detersiva. Sin encomiendas ni peticiones de excusas, como se suele hacer en casos similares, Zeus disertó más bien sobre el oro el que igual pero no igual porque excusa el lavado más por limpio que por sucio.

-El oro -decía- movió a Colón.

Y citaba del diario de viaje del otro descubrimiento donde se expresaba llanamente en delicada oración lo que al Gran Almirante motivaba, ya que lo que le pedía a Dios y a la Virgen su patrona se reducía al favor de poder encontrar oro.

No abandonada la ciudad por los mismos colonenses ni por los ángeles ni por los dioses sino por los amos del canal que se fueron yendo poco a poco dejando vidrios rotos y tejas caídas y encajes que amarillean en el maniquí de una novia diqueniana. Rosas de piedra sobre los caminos de piedra y los carteles desteñidos. Señor Dios, Señor Oro, te necesitamos en Colón para poder brindar. Porque a quién se le va a entregar el canal al final de la centuria milenaria. ¿Al alcalde de Colón? Zeus se penetra en las rendijas de cuero curtido de los asientos y se desvía más hacia adentro para que yo tome fotos cruciales y recuerde experiencias infantiles, de más lejos, de más adentro. Un originario baño azul de porcelana como un barril para indisponer al Niágara. Mejor olvidar esas cosas sentidas ahora que Dios no está y que en Colón debutan, según Zeus, Monroe y James, o James y Monroe con su que el Señor nos dirija en su misericordia para que encontremos oro, y el casto evadir de doctrinas puras que indican que a Colón el oro como a los americanos América.

Al otro día, Zeus Miguel quiere llevarme a misa con su mujer y sus hijos. Viene a buscarme y toma el desayuno conmigo. Quiere que vaya para luego enseñarme una playa del Pacífico. Vacilo, no sé qué me hace quedar viendo los barcos que se mueven tan lentos en el puerto. Quizás porque Dios puede llegar en cualquier momento. Quizás porque quedarme solo en Colón se archiva entre mis más celadas fantasías en las quinancias de mi niño interior. No se complace pero se va tranquilo y promete volver. En el rostro me deja ver que hay algo que me estoy perdiendo que no quiere que me pierda y que pues no me voy a perder aunque me quede.

Por mejor hacerlo cuando se va me voy al lobby decadente del Hotel Wáshington a ver pinturas que ya he visto antes sin verlas mucho. Ahora un supuesto guardia de seguridad de nombre Leandro, fino como bacalao y largo como camino, armado también hasta el tuétano y con voz de narrador de documentales me lleva sin apartarse un brazo cuadro por cuadro. Los veo ahora con la astucia de la flor que me comunica el próximo paseante, a las obvias no free-lancer y a las claras más artista que crítico que se sabe las obras como si las pariera en su propio estudio y las amamantara con sus límites puestos allí al acaso como fronteras en el continente. Nunca recibí mejor orientación sobre apreciación de arte. Una vez comprendidas y en justicia apreciadas las pinturas, me hace señas la señorita de recepción porque Zeus ha regresado. Leandro discreto desaparece no sin antes haberme dejado una tarjeta con el nombre del pintor, sus señas y su teléfono.

Zeus, que me esperaba, se cruza con Dios que llega. No se miran porque no se conocen. Los veo desde lejos como a dos barcos del puerto. Se mueven lentamente cada cual en su ruta. Se diría que uno imita y sigue los pasos del otro a la inversa. Se escucha ronca sirena de un buque que llega al Atlántico. Que salió de esos mares de la Cruz del Sur, mares también frenéticos y cautivadores. Las cosas están tan malas en Colón, en la última gran ciudad de la América joven. La ciudad más nueva del nuevo mundo que aprisiona al istmo dando paso a las flotas del oro, barcos cargados de especias y no esperanzas, barcos llenos de guano y pedernales, naves de puerto libre, naves sin fe en el porvenir. Angeles como inescrupulosos efebos mean los engranajes, para que todo corra. Zeus y Dios danzan la alevosa danza de las naves perdidas, como sombras de náufragos ignorantes del genio de Colón.

Antonio Bou

Los accesorios de tu cuerpo

Tu pelo es un arbusto incendiado
Tu frente es una hoja de papel antes de ser escrita
Tus ojos son dos botes de remos en una competencia
Tus orejas son dos caracoles hablando entre ellos
Tu nariz es la línea recta en el croquis del mundo
Tus mejillas son dos panecillos dorándose en el horno
Tu boca es un espejo herido (perdona que lo repita)
Tus dientes son pedacitos de tiza escribiendo un
teorema
Tu cuello es el mástil de una bandera negra
Tus hombros son dos paracaídas cayendo en la noche
Tus brazos son el minutero y el secundero del no-tiempo
Tus senos son las dos mitades de una naranja congelada
Tu cintura es un dedo haciendo un círculo en la arena
Tu vientre es un "compact disc" de J.S. Bach
Tu vagina es la cueva en el mito de Platón (quizás más
honesta)
Tus manos son dos gavetas repletas de pañuelos
Tus dedos son diez soldaditos de plomo marchando
hacia la tarde
Tus muslos son dos boas buscando víctimas y
aventureros
Tus pies son dos raíces tiernas regresando del tiempo
Tu cuerpo es un libro con fotografías de pirámides y
planetas.

Carlos Roberto Gómez

Hacíamos el amor en una silla

Hacíamos el amor en una silla.
El tenía el pelo largo que me gustaba echar hacia atrás
el pelo largo que me gustaba oler
que me gustaba enredar.
Mientras me apretaba firme, sin movernos casi
en la silla -es difícil explicarlo-
fue algo más que sexo
era una silla y dos personas estando
sintiéndose
el uno entrando algo que se dejaba entrar en la una
y una simple silla de madera despintada
aguantando todo el peso de dos vidas de dos culpas, de dos grietas.
Un hombre que no poseía nada pero que tampoco servía a nadie.
Una criatura miserable y libre.
Fue difícil desenredar su pelo de mi vida
su pelo largo, salvaje
el velo que le cubría la mitad de la cara
y me gustaba echarlo hacia atrás
para contar las astillas que le rozaban la frente.
Un hombre de pelo largo, salvaje
una parte de mi pasado muerto.
A veces, mientras hago el amor legal,
actuando en el teatro íntimo de mi cuarto
miro la silla
y pienso en la delicia que se sienta en ella
y siento que es en esta cama donde soy infiel.

Mairym Cruz-Bernal

Sobre las altas yerbas

Ese árbol hembra siempre ha estado ahí,
con su corteza limpia,
con su copa tendida a ras del aire,
con sus caderas curvas saltando sobre el suelo.

Porque no es un árbol más, fíjese bien,
no hay falda de montaña
ni tejado ni seto que la cubra
y además, trae un aire sereno y circunspecto
como si siempre hubiera estado ahí,
por encima del hombro, por encima del viento.

Dicen que es la mansión de Atabey,
que en su tronco, en su fronda,
hay casa para todos,
el lagarto, la hormiga, la araña, la bromelia,
el breve colibrí...,
y cuentan que al principio de los tiempos
de su cuerpo pendía la faz del firmamento.

Esa inmensa, magnífica montura
donde los niños sin caballo juegan,
esas monumentales coyunturas
donde el anciano halla reposo
y el cansado hila un rezo,
es la ceiba que vive desde siempre
en el umbral vidrioso de este pueblo.

La ceiba americana, la prodigiosa ceiba
que, como un acto de misericordia,
supera las fatigas de la noche,
conversa con las islas de la sombra
y en el vaso sureño del recuerdo
desborda los cuadernos de mi infancia.
La ceiba que se yergue como sombra liviana
sobre las altas yerbas...

Magaly Quiñones

Desgarro

Esa sencilla mirada
Invadida por el incansable despliegue
de las piezas de ajedrez de los dueños del poder...
Mis ojos sin sorpresa alguna observan la segunda conquista
que sufre mi tierra.
Desgarro.
Y sin embargo, en ciertas ocasiones
esa mirada, se desvía de la senda impuesta
soberanamente por mi alma.
Busca colores por entre el mar.
El de tus ojos.
Los sabe brillantes, eso sí, interminables y solidarios.
La muerte de un compañero laburante...
La sencilla mirada se detiene nuevamente.
Impotencia y rabia crecientes.
Malditos adoradores del dinero, destronadores de fe.
Pagarán.
Y la mirada continúa su búsqueda o su destino
que pertenece al orden de la realidad, del amor
y descubre que el mar termina
allí,
en ese exacto lugar,
donde la lucha comienza.

Sandra Mariel Lavallen

La cruz del alquimista

Creo que me estoy volviendo loco.
Y aunque la verdad sea
Que estamos todos locos
Y tan locos y tan todos
Que da pánico y da pena

Creo que yo me estoy volviendo loco.

No sé a ustedes, pero a mí
Me pasa una cosa rara, muy rara,
arriba de las micros,
Sobre todo si voy sentado a la ventana
Mirando para afuera
Permitiendo que el paisaje y las ideas
Se acaricien y se amen irresponsablemente.

Por ejemplo, esta mañana,
Una mujer como un harapo hambriento y seco
Se apareció de pronto en la hediondez
de las pesqueras en Lo Rojas
Y se lavó la cara en una poza;
Y junto a la mujer había un quiltro flaco
De una flacura de palote,
Como un niño carcomido por la roña de Lo Rojas,
Y el quiltro me miró
Moviéndome la cola
Con la cabeza de un pescado
En el hocico.

Si, me pasa una cosa rara,
muy rara, arriba de las micros.

Sólo que después y de repente,
en medio de mi soledad,
Esa cosa rara, muy rara,
Como víbora o tarántula,
Despelleja su evidencia
Y ahora no me acuerdo
Si era una mujer o era un harapo
Bebiendo el agua de una poza en la vereda
Lo que vi;
Ni me acuerdo si a su lado había un quiltro flaco,
O había un niño
Famélico
Mirándome
Llevándose a la boca
La cabeza de un pescado.

Enrique Ulises Silva Rodríguez

Júbilo del cuerpo

Júbilo del cuerpo,
relámpago azul que se libera,
tierno canibalismo de mi sexo
comulgando con la carne
y ese vino especial de sus más íntimos fluidos.

¿Qué torbellino de luciérnagas,
qué aguacero dulce?,
truenos desgajados por debajo de la hierba ,
nuestros labios enlazados
callaban a la luna,
¿qué rumor de peces
allá en el fondo del abismo?.

En los ojos proyectado el fuego,
a lomos de la noche oscura;
el azogue turbio
precipicio de la lluvia;
frágil barca la guarida
al borde del golpe de las aguas;

¡Oh!, que pavor temblando en las rodillas,
del deseo mariposillas añiles,
vórtice del preámbulo del beso,
procurando devorar al mundo
a destellazos húmedos y tórridos,
lamiéndonos los ojos,
comiéndonos las manos y sus crueles dedos..

Dichoso encuentro de esa espina
que ablanda el corazón,
arrancada a las sonrisas
de ese cauce volcado en nuestras lenguas.
Qué revoloteo de abejas alteradas como chispas,
qué silencio solemne el de las ranas,
qué austeros y atentos esos grillos,
al rozar mi alma con tu alma,
al pasar la tuya por la mía,
qué aullido unísono de perros.

Nuestros vientres fluidos ríos derramaban,
desde tu cuerpo lanzándome al vacío
hasta llegar allí, agazapada ebriedad
de miradas abrazadas al delirio.

Un instante...
y mi dorso retenido inauguraba el alba;
sigiloso descendí por las escalas de la noche,
tu perfume de vorágine sangrienta me guardaba
de esa ciudad, bostezándose del sueño,
de sábanas marchitas y nunca suficientemente amplias.

Edgar E. Ramírez

Olor de los autobuses

Olor de los autobuses
Mezcla de gasoil y de humo,
De sudor amortiguado
Y restos de ambientador.

Olor de muchos kilómetros
Saboreado en el calor
Que se escapa de las ruedas
Y el motor, aún en marcha.

Olor que casi se palpa
A áreas de servicio
De nocturnas autopistas
En medio de ningún sitio.

Olor rancio de estaciones
Eternamente pobladas
Por gente que está de paso
(Algo así como un paréntesis).

Es el olor del viajero
Del miedo y la incertidumbre
Del tedio de horas eternas
Y días de carretera.

Una atmósfera cargada
De olores personales
Que al mezclarse se convierten
En el aroma de nadie.

Hedor de carne indefensa
De quien como una maleta
Es llevado de un lado a otro
Vendados ojos y oídos
Por la tele y el motor.

El olor del forastero,
Del apátrida que pasa
Por los sitios sin quedarse,
De quien siempre continúa
Su viaje a ninguna parte.

Luis M. García Angulo

Y de repente un día

El vocerío las alturas resonantes
las mujeres inclementes en su cascabeleo
el cortejo rompiente como cocuyo azul
las piedras y los muros con la herida crepuscular
y la tarde desnuda hinchando la vigilia.

Escapan las voces candorosas trepidando el sueño tísico
la resaca de inventar de musitar el humo y los zafiros
y la tierra con los brazos infernales
con algas y volcanes imantados
con la lengua encallada.

Y el cuerpo clavado en el hambre
y el cuerpo clavado en las venas
y el cuerpo clavado en el vacío.

Miladis Hernández Acosta

Nosferatu

Con la capa caída,
y después de la última cena
bebió de su propia sangre
para amortiguar la pena.

Era pálida su piel,
más pálida aún que al principio;
y era negra la peste
que había invadido el castillo.

Y para salvar su idilio
caminó por las tinieblas,
que ayer habían sido hogar
de la pueril inocencia.

Y al verse en su esplendor
El mandala agrietó sus redes.
Y al profanar su piel
Murió el Dios de los laureles

Y su sangre corrió,
como ofrenda para ella,
y el sueño terminó
sin pulcritud, sin decencia

Y su idilio traidor,
traicionado por la suerte
a las sombras se marchó,
cabalgando por la muerte.

Emilia Carabajal

Tributo

Nos desterraron los símbolos.

Arriaron nuestras banderas

aquellas que gozosos enarbolábamos

henchidos de ilusión,

de juventud primera.

Proscribieron las palabras,

las canciones, los poemas

-pueden ser más peligrosos

que las armas-

mientras con su estulticia

impúdicamente nos cercaban

pretendiendo hacer de nuestra derrota

grandiosa victoria.

Devolvednos todo aquello

que rapazmente sustrajisteis;

devolvednos la claridad del cielo

en el plenilunio de enero,

la música, las palabras robadas.

Devolvednos nuestro tesoro más preciado,

ajeno a la prisa, vuestra servil mercenaria.

Devolvednos la calma,

la mansedumbre, la sonrisa

perdida tras el rictus amargo.

Restituirnos el esplendor del estío

y la luz caduca del otoño.

Nos habéis convertido en máquinas

que con esmero programáis

para usarnos en vuestro provecho.

Mas vuestra impostura

no durará más

que la onda de una piedra en el agua.

Ana María Alcaraz Roca

Donde la locura te cuelga de los ojos

LA mirada extraviada de los tardos pájaros

Húmedos todos de locura

Que aguardando solícitas plumas maternas

Permanecen ausentes, solos y locos

Bienaventurados los seres alados sin alas

La mirada extraviada de los santos locos

A los que la vida se les escapa por las muñecas

Cavan hoy la estéril tierra

Para extraer esa extranjera azul y opaca

La locura

Tapizarle de cuchillos y clavarle mil agujas

En el blanco muro de su pupila

La mirada extraviada de los muertos por agua

Suicidas todos

Con esa inquilina loca atada a sus talones

Son arrastrados al fondo

Les llamaban locos

La mirada extraviada de los ausentes

Que escrutando el mundo con torcidos ojos

Sobrellevan mal sus muertes

La mirada extraviada de los tardos pájaros

Que haciendo nidos en mi nuca

Empuñan en sus picos huesos de muerto

Y una locura

Mientras alarmados

Ansían como locos el ala cóncava

Bienaventurados los ausentes de alas y cordura

Nuria Ruiz de Viñaspre Ripa

Imagen al amanecer

El agua del aspersor cubría la escena
como una niebla,
como una flama blanquísima, dueña
de sí misma, de su brotar cambiante, de su pulso
ritual
y cadencioso.
Un poco más allá y más allá hasta
tocar las rocas. Lienzos de sol
entre la cauda humeante; lluvia de cuarzo; interno
oleaje
silencioso. Un mismo
denso
movimiento lo centra; lo ahonda
en su asombrado corazón. Profundo, colmado
vórtice.
Renace, tenue, su palpitar. Marmóreo y lento
borbollón luminoso.
Un poco más allá, más allá, su tacto límpido
se estremece. Son remanso
las rocas
a su enjambre estelar, a su incesante,
encendida nieve. Por un momento se cubre
con su seda el jardín. Suavemente
los troncos ceden
y van tendiéndose sobre el pasto;
largas sendas oscuras bajo el tamiz
que inunda el amanecer. Cuando su lluvia
se ha expandido hacia el este
pesan menos las sombras
y los troncos se adensan y se levantan.
Vuelve entonces el arco
a resplandecer. Una llama reciente nubla la escena,
un olor de magnolias
y rocas húmedas.

Coral Bracho