Piezas
Se trata de una cajita de madera que es al mismo tiempo un tablero de ajedrez. Por esa época, antes de conocerla, las niñas eran para mí seres inverosímiles que tenían una rayita de alcancía entre las piernas y con quienes no podía jugar bien a nada.
Mi prima grande, que ya me había enseñado los nombres de insectos como escarabajo y luciérnaga, la abrió. Me mostró las piezas que se guardaban dentro; me reveló sus movimientos. Aprendí a jugar.
Fue durante una madrugada hace muy poco. Me desperté y oí un persistente golpeteo, se oía cómo un escarabajo rinoceronte entre una caja de cigarrillos. Sin respirar y con la mirada fija en penumbras intenté ubicar el origen del ruidito. Encendí la luz, me levanté y sondeé cada rincón del cuarto. Venía de un estante de la biblioteca ¡Salía de la cajita! La cogí y la puse sobre las sábanas. De rodillas frente a ella me acerqué hasta rozarla con la oreja y, alejando la cara, comencé a abrirla.
Entre varios peones aferraban al rey que, desesperado por liberarse, veía como su dama, en medio de sollozos, era penetrada con desenfreno brutal por lampiños alfiles. En una montaña de sangre, junto a las torres, estaban degollados los caballos.
Cerré la caja, apilé varios libros encima. Ya era demasiado tarde.
Pablo Espinel
Mi prima grande, que ya me había enseñado los nombres de insectos como escarabajo y luciérnaga, la abrió. Me mostró las piezas que se guardaban dentro; me reveló sus movimientos. Aprendí a jugar.
Fue durante una madrugada hace muy poco. Me desperté y oí un persistente golpeteo, se oía cómo un escarabajo rinoceronte entre una caja de cigarrillos. Sin respirar y con la mirada fija en penumbras intenté ubicar el origen del ruidito. Encendí la luz, me levanté y sondeé cada rincón del cuarto. Venía de un estante de la biblioteca ¡Salía de la cajita! La cogí y la puse sobre las sábanas. De rodillas frente a ella me acerqué hasta rozarla con la oreja y, alejando la cara, comencé a abrirla.
Entre varios peones aferraban al rey que, desesperado por liberarse, veía como su dama, en medio de sollozos, era penetrada con desenfreno brutal por lampiños alfiles. En una montaña de sangre, junto a las torres, estaban degollados los caballos.
Cerré la caja, apilé varios libros encima. Ya era demasiado tarde.
Pablo Espinel
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