Y entonces nosotros, los viles que amábamos la noche murmurante, las casas, los senderos del río, las sucias luces rojas de esos lugares, el dolor silencioso y mitigado -arrancamos la mano de la viva cadena y callamos, más el corazón sobresaltó nuestra sangre, terminó la dulzura, se acabó el abandono en el sendero del río- ya no siervos, supimos estar solos y vivos.
No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel, surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne; iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza, porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Toda mi ropa huele a cuando estabas. Sería al abrazarte -no lo entiendo- o que estuviste cerca y se quedó prendido. Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga, te respiro. Al ponerme la chaqueta, en la solapa, y en el cuello de un jersey que no abriga. Aroma de placer, de feromonas, de recostarme en ti mientras dormías. Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva: es un perfume dulce que me alivia como vestir mi carne con tu piel. Y está durando más que mi recuerdo. Tu rostro en mi memoria se disipa, casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo y sigo respirándote en las prendas que, al tiempo que me visten, te desnudan. Pero la ropa es mía. De tanto olerte en mí, tu olor es mío.
Tu olor era mi olor desde el principio, fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo, de un cuerpo que lo tengo a todas horas para quererlo entero como jamás te quise y olerlo de los pies a la cabeza. Es el olor de todas mis edades, del niño absorto y puro, del claro adolescente eléctrico y espeso, de un joven con insomnio que soñaba fantasmas del amor, y es también el olor que al transpirar mis sueños dejaron en las sábanas.
Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío, sin mi esencial fragancia. Estando en compañía, serás siempre la ausente igual que si te fueras o no hubieras llegado. Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo ni podrás despertar auténtico deseo ni embalsamar las yemas de los dedos que un día te acaricien con un perfume físico y concreto. Serás para el olfato de los otros como un espejo para los vampiros. Y yo atesoraré con más fe que codicia este perfume dulce de mi cuerpo que descubrí contigo. Si quieres existir, respíralo de nuevo.
El caracol del ansia, ansiosamente se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte a latigazos creó lo inesperado. A pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria nos penetró en el alma, dulcemente, con esa lenta furia de quien sabe lo que hace.
Flor de la perversión, noche perfecta, tantas veces deseable maravilla y tormenta. Noche de una piedad que helaba nuestros labios. Noche de a ciencia cierta saber por qué se ama. Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo. Noche de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.
Noche de una lujuria de torpes niños locos. Noche de asesinatos y sólo suave sangre. Noche de uñas y dientes, mentes de calorfrío. Noches de no oír nada y ser todo, imperfectos. Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.
Y el caracol del ansia, obsesionante, mataba las pupilas, y mil odiosas muertes a golpes de milagro crearon lo más sagrado. Fue una noche de espanto, la noche de los diablos. Noche de corazones pobres y enloquecidos, de espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios. Noche de fango y miel, de alcohol y de belleza, de sudor como llanto y llanto como espejos. Noche de ser dos frutos en su plena amargura: frutos que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.
Yo no recuerdo, amada, en qué instante de fuego la noche fue muriendo en tus brazos de oro. La tibia sombra huyó de tu aplastado pecho, y eras una guitarra bellamente marchita. Los cuchillos de frío segaron las penumbras Y en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.
¡Esa esponja gris! Ese marinero recién degollado. Ese río grande. Esa brisa de límites oscuros. Ese filo, amor, ese filo. Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo. con el mundo de aristas que ven todos los ojos, con el mundo que no se puede recorrer sin caballos. Estaban uno, cien, mil marineros luchando con el mundo de las agudas velocidades, sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.
El mundo solo por el cielo solo. Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa. Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango. El mundo solo por el cielo solo y el aire a la salida de todas las aldeas. Cantaba la lombriz el terror de la rueda y el marinero degollado cantaba al oso de agua que lo había de estrechar; y todos cantaban aleluya, aleluya. Cielo desierto. Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales dejándome la sangre por la escayola de los proyectos, ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas. Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura. No importa que cada minuto un niño nuevo agite sus ramitos de venas, ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas, calme la sed de sangre de los que miran el desnudo. Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura. Alba no. Fábula inerte. Sólo esto: desembocadura. ¡Oh esponja mía gris! ¡Oh cuello mío recién degollado! ¡Oh río grande mío! ¡Oh brisa mía de límites que no son míos! ¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!
No que el Señor Luis de Moscoso En San Miguel de la Frontera, Entre los pueblos cave un foso, Y haga sólo, del nuevo tan afanoso, Gente guerrera.
Ha ido rescripto real por todo Lugar -hasta ambos virreinatos, Para que los Mestra den modo De que el ganado de sus hatos Venga a romper todo mal ocio, Al intercambio y al negocio A San Miguel de la Frontera.
Plazuelas, calles, solas antes, Todo lo llenan los feriantes, Y todo atrae sus miradas: En sus jaulas doradas.
Los colorines; Desde un jardín de cal y canto, Sobre la parra de jazmines, Raucisono da su canto, El pavo real que la esponjada Cauda, a la luz, como áureos tules-, Abre, flabel de los azules Ojos de Argos constelada.
Todo lo ven los forasteros. Llenan los patios y apeaderos Los añileros, Los especieros, Los ganaderos, Y los mineros, Y en medio al corro ganancieros, Los marimberos.
Un remanso, de gentes en la corriente Han hecho los maceros que llevan banderolas: -!El Alcalde Mayor y la Alcaldesa! Ella contrata con los frailes bulas;
Ella contrata Cristos de yeso y pitos de Esquipulas Y paga con monedas españolas y con tejos de plata.
El habla gentilhombre con los guayaquileños, Los chipanecos, Los quetzaltecos, Y oaxaqueños. Y encomian los señores la fiesta proque vino Un filipino, Y un rico ameca De Ameca-Ameca.
Causan otros remansos como extienden las manos, O pidiendo limosnas o vendiendo rosarios, Los franciscanos, Dominicanos Y mercenarios.
La plazuela del teatro en aquél tiempo era Liza y empalizada para desafiados; Vienen a combatirse desde tierras lejanas Los bisoños y zurdos con sables de madera; Los hidalgos y avezada Con espadas toledanas.
No es lo de menos de la fiesta El tiangue, en el momento En que le prestan lucimiento Bien los señores de la Mesta, O el hacendado henequenero, Cochinillero, o añilero... Llegan a ver éstos y otros, Y hacen en fin cosa de risa, Cómo en la plaza, cuatro potros
Descuartizaban al cuatrero Ladrón Ceniza.
Antes los perdidosos y malos negociantes Al volver a su tierra, viendo el arcángel fiel, Que abría sobre el templo sus alas rutilantes, esde un alto recodo del camino, decía, antes: De San Miguel, Sólo El.
Ahora, al sol temprano quer las techumbres dora, Cuando los ojos yertos vuelve al arcángel fiel, Del pórtico del templo que derribara otrora El rayo -el feriante maltrecho, dice ahora: -De San Miguel Ni Él.
Que pase breve tiempo y al lado de su esposa, Tendrá él mismo un recuerdo dulce, sereno y tierno, Al oír por la tarde bajo el dintel paterno; A sus hijos que exaltan a la ciudad famosa: Sexta, mayesta, Martín de la Cuesta, Dijo mi padre Que pícara en ésta: -A comer pan con miel A la puerta de San Miguel!
Rodando a goterones solos, a gotas como dientes, a espesos goterones de mermelada y sangre, rodando a goterones, cae el agua, como una espada en gotas, como un desgarrador río de vidrio, cae mordiendo, golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma, rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.
Solamente es un soplo, mas húmedo que el llanto, un liquido, un sudor, un aceite sin nombre, sin movimiento agudo, haciéndose, espesándose, cae el agua, a goterones lentos, hacia su mar, hacia su seco océano hacia su ola sin agua.
Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero bodegas, cigarras, poblaciones, estímulos, habitaciones, niñas durmiendo con las manos en el corazón, soñando con bandidos, con incendios, veo barcos, veo árboles de médula, erizados como gatos rabiosos, veo sangre, puñales y piernas de mujer, y pelos de hombre, veo camas, veo corredores donde grita una virgen, veo frazadas y órganos y hoteles.
Veo los sueños sigilosos, admito los postreros días, y también los orígenes, y también los recuerdos, como un párpado atrozmente levantado a la fuerza estoy mirándo.
Y entonces hay este sonido: Un ruido rojo de huesos, un pegarse de carne, y piernas amarillas como espigas juntándose. Yo escucho entre el disparo de los besos, escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos. Estoy mirando, oyendo, con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra, y con las dos mitades del alma miro al mundo.
Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente veo caer un agua sorda, a goterones sordos. Es como un huracán de gelatina, como una catarata de espumas y medusas. Veo correr un arco de iris turbio. Veo pasar sus aguas a través de los huesos.
No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mi, muero de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo.
Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada, y cierto , interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos, ahora, separados, del uno al otro, diariamente, cayéndonos en múltiples estatuas, en gestos que no vemos, en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos obscuros e incesantes. Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, de nuestra muerte ,amor, muero, morimos. En el pozo de amor a todas horas, Inconsolable, a gritos, dentro de mi, quiero decir, te llamo, te llaman los que nacen, los que vienen de atrás, de ti, los que a ti llegan. Nos morimos, amor, y nada hacemos sino morirnos más, hora tras hora, y escribirnos y hablarnos y morirnos.
No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista; mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía.
Mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, Y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista; mientras la humanidad siempre avanzando, no sepa a dó camina; mientras haya un misterio para el hombre, habrá poesía.
Mientras sintamos que se alegra el alma sin que los labios rían; mientras se llora sin que el llanto acuda a nublar la pupila; mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan; mientras haya esperanzas y recuerdos, habrá poesía.
Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía.
Mi pluma no es para el amo. Otros le canten endechas, otros le brinden halagos. No le busco ni le temo; no le quiero ni le canto. Mi pluma que se da entera en una entrega de trazos Por describir una aurora, por dibujar un ocaso, por llegara lo mas hondo y elevarse a lo mas alto, ese trocito de acero que ríe o llora en mi mano, no se humilla ni se vende. Mi pluma no es para el amo.
I La mariposa boreal se acerca y el candor Y gira sobre su eje geológico con un halo Antes que la flor helicóptera que seguimos con los ojos En la dirección del apacible perfume sin capa Se caiga de su carácter La sangre de la montaña brota inagotable A causa de sus flores y sus olvidos Bajo la calma mirada del viento Qué altura me dais para el veraneo del cráneo Os desafío a todos os desafío El pájaro pondrá su huevo sobre el porvenir Gritando Tanto peor Os traigo los recuerdos de Altazor Que jugaba con las golondrinas y los cementerios Los molinos las tardes y las tumbas como bolsillos del mar Os traigo un saludo de Altazor Que se fue de su carne al viento estupefacto Hasta luego señores Hasta luego árboles y piedras
II Cierra el panorama de los ojos en su tallo Con su cielo y las palomas continuadas Cierra el lago de la boca Y la prisión de risas bajo el agua del sueño precioso Cierra el piano de palabras amadas por los siglos Y el jardín sensible de los cabellos Las proyecciones del calor interno El dolor que busca las fronteras del corazón Cierra la colina de las orejas Con todo su oro y sus piedras de milagro Robadas en el cofre de los poetas enamorados Que eran como olas despedidas por la muerte Cierra los arroyos de los sueños Y la luz de la frente en árboles químicamente puros Cierra el panorama envidriado de los ojos
III Vendedor de luces conocidas como el sonido de los tambores Bajad los rebaños de los pastales celestes Venid aquí con la mordida estrella Venid a acariciar estas pequeñas miradas en círculo junto al fuego Las miradas recién nacidas Las miradas en pañales de lana y de amor Más hermosas que los ríos de la ternura Más hermosas que los cabellos de la lluvia y el mundo caliente de la luz Más hermosas que la fatiga necesaria a las caricias Inconfesables de las alondras en la atmósfera
IV Aquí los mirajes de los dromedarios afables Aquí la catarata cerrada multiplica los valores De la fuerza irremediable como su tiempo Su elocuencia detiene a los enamorados Las miradas en hilo y los vasos comunicantes de los corazones llenos Bebamos las llamaradas de aventura como el agua ardiente del huracán Aquí el horno de la aurora Y algunas migas de nubes después de la fiesta de los pájaros glotones Aquí la noche que ata a los amantes Todo esto y luego la pesadez enterrada de la edad En los hermosos paseos arqueológicos Que tienen tanto orgullo como si se bañara un caballo Aquí para la desconocida semejante a la estatua El pescado que vive de lágrimas del pescado en rehén La flor de la memoria encerrando sus abejas Y los lingotes de la borrasca
V A los ladrones los oscuros ladrones En el acuario de los ojos Donde ella duerme sin el menor presentimiento Las emisiones llegan al coral de su corazón Se despierta y va a llorar Yo coloco en mi oreja el dulce caracol Para oír los gritos de las náufragos antiguos Tan cruelmente amarrados El iceberg sereno como un emperador Sigue su destino Obedece ciegamente a las líneas de su mano Os lo advertí hasta el cansancio Cuando se viaja en busca de la niña América Se juega a los náufragos y se atrae el abismo Pero no tengan miedo Pronto uno se acostumbra y hasta se siente cierta ebriedad Y se pasa el tiempo Mostrando sus dientes de leche a las perlas del juicio Que preparan el Juicio Final
VI La margarita es un armario de probables sonidos Lleno de dulzuras para los insectos Y las abejas de la memoria que cambian de hemisferio Las noches pasan mirando las serpientes del horizonte Y los barcos linternas desoladas Que buscan en el olvido una ola más consciente Para decirle su canción Las cortinas de la camelia distante Se apartan y he ahí la luz en vértigo creciente La luz que hace pensar en los labios Hinchados por el calor y por la altura
VII Vagabundaje de los ríos Qué envidia me dais en todo tiempo Un caso de fuerza mayor Impide a las olas rodar Es triste para los ahogados Que no lo supieron en su noche idolatrada El Rin es un turista Visitante de viejos castillos Gira gira tu agua cinematográfica Mojada de miradas tan bellas que se hacen oír como voces Gira gira tu Loreley en su canción hipnotizada El ruiseñor está amarrado por sus cantos Al árbol de su gusto exquisito Mientras dice sus amarguras de noche Tu sonrisa marítima y templada Abre la puerta A las libélulas de tu dulzura íntima A tus voces de Rin hipnotizado y Loreley
VIII En un se diría tal vez En estatua de silencio ofrecido a sus cielos En largos fríos que bajan por el horizonte En piedra de olvidos Que se me cae encima y se evapora Como paisaje de cisnes instantáneos Letanías que atan el tiempo a ciertos árboles Y a los senos de la primera víctima Ventana de olores marinos Así en caída de ojos y manos Así en tradición de castillos angustiados Y ríos devorados por la noche Así
I Yo soy flor que se marchita al sol de la adversidad, el arbolito en mitad de la llanura infinita. La paloma pobrecita que arrastran los aquilones, entre oscuros nubarrones de tempestades airadas, soy la barca abandonada en el mar de las pasiones.
II Soy el ave que al bajar de los aires fatigada, no tiene ni una enramada ni un árbol en que anidar. Y si vuelve a levantar las tristes alas del suelo, encuentra nublado el cielo y dehecha la tormenta, y el pájaro se lamenta y vuelve a tender su vuelo.
III Yo soy un gaucho cantor de renombradas virtudes, que tan solo ingratitudes ha recibido en su amor. Soy el pobre payador velay, si sabré penar con mis negras amarguras, la pampa con sus llanuras con sus abismos la mar.
IV Yo no canto por llamar la atención que no merezco, yo canto porque padezco penas que quiero olvidar. Que tan solo con cantar se va al viento nuestra pena, y yo tengo el alma llena de pesares y amarguras, más que en la pampa hay anchura más que en el mar hay arena.
V Por eso, ¡oh linda mujer! maldigo mi negra estrella, al contemplarte tan bella sin que te pueda querer. Porque todo hombre ha de ser generoso hasta morir, y no debe permitir a una mujer que lo quiera, para que después se muera al verlo tanto sufrir.
VI ¡Adiós, primorosa flor! adiós, lucero invariable, solamente comparable a la estrella de mi amor. Cuando sientas un dolor parecido al que yo siento, Dios quiera que tu lamento no sucumba en la ignorancia, y atraviese la distancia ¡sobre las olas del viento!
Tengo una soledad tan concurrida tan llena de nostalgias y de rostros de vos de adioses hace tiempo y besos bienvenidos de primeras de cambio y de último vagón.
Tengo una soledad tan concurrida que puedo organizarla como una procesión por colores tamaños y promesas por época por tacto y por sabor.
Sin un temblor de más, me abrazo a tus ausencias que asisten y me asisten con mi rostro de vos.
Estoy lleno de sombras de noches y deseos de risas y de alguna maldición
mis huéspedes concurren, concurren como sueños con sus rencores nuevos su falta de candor. Yo les pongo una escoba tras la puerta porque quiero estar solo con mi rostro de vos.
Pero el rostro de vos mira a otra parte con sus ojos de amor que ya no aman como víveres que buscan a su hambre miran y miran y apagan la jornada.
Las paredes se van queda la noche las nostalgias se van, no queda nada.