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pro-scrito

Versos clásicos

Y entonces nosotros, los viles

Y entonces nosotros, los viles
que amábamos la noche
murmurante, las casas,
los senderos del río,
las sucias luces rojas
de esos lugares, el dolor
silencioso y mitigado
-arrancamos la mano
de la viva cadena
y callamos, más el corazón
sobresaltó nuestra sangre,
terminó la dulzura,
se acabó el abandono
en el sendero del río-
ya no siervos, supimos
estar solos y vivos.

Cesare Pavese

Palabras para Julia

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno,
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.

Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre, siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

José A. Goytisolo

No decía palabras

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne;
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es pregunta cuya respuesta
nadie sabe.


Luis Cernuda

Mi olor a ti

Toda mi ropa huele a cuando estabas.
Sería al abrazarte -no lo entiendo-
o que estuviste cerca y se quedó prendido.
Si arrimo mi nariz al hombro o a la manga,
te respiro.
Al ponerme la chaqueta, en la solapa,
y en el cuello de un jersey que no abriga.
Aroma de placer, de feromonas,
de recostarme en ti mientras dormías.
Por mucho que la lave, mi ropa lo conserva:
es un perfume dulce que me alivia
como vestir mi carne con tu piel.
Y está durando más que mi recuerdo.
Tu rostro en mi memoria se disipa,
casi puedo decir que he olvidado tu cuerpo
y sigo respirándote en las prendas
que, al tiempo que me visten, te desnudan.
Pero la ropa es mía.
De tanto olerte en mí, tu olor es mío.

Tu olor era mi olor desde el principio,
fue siempre de mi cuerpo, no del tuyo,
de un cuerpo que lo tengo a todas horas
para quererlo entero como jamás te quise
y olerlo de los pies a la cabeza.
Es el olor de todas mis edades,
del niño absorto y puro,
del claro adolescente eléctrico y espeso,
de un joven con insomnio que soñaba
fantasmas del amor, y es también el olor
que al transpirar mis sueños
dejaron en las sábanas.

Quién sabe tú a qué aspiras sin este efluvio mío,
sin mi esencial fragancia.
Estando en compañía, serás siempre la ausente
igual que si te fueras o no hubieras llegado.
Pues no olerás a nada, no dejarás recuerdo
ni podrás despertar auténtico deseo
ni embalsamar las yemas de los dedos
que un día te acaricien
con un perfume físico y concreto.
Serás para el olfato de los otros
como un espejo para los vampiros.
Y yo atesoraré con más fe que codicia
este perfume dulce de mi cuerpo
que descubrí contigo.
Si quieres existir, respíralo de nuevo.

Leopoldo Alas

Pulso de amor

Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado...

Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera...

Buscaba un hombro amigo
en dónde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.

Estaba tan vacía,
tan harta de soñar y tan sin sueño,
tan lejana y tan fría,
tan libre y tan sin dueño,
que tan sólo morir era mi empeño...

Por lo cual, asombrada,
me quedé contemplando al mediodía
tu figura delgada,
tu süave armonía
y tu casi perfecta geometría.

Alegres nos miramos
en la tarde morada de violetas
y después caminamos
por plazas recoletas
salpicadas de rejas y macetas.

Y de noche temblando,
perdida entre la niebla de tu viento,
me bebí suspirando
la menta de tu aliento,
en un beso apretado, dulce y lento...

¡Qué espesa la saliva!...
¡Qué lejano el rüido de la calle!...
Y el labio cómo iba
-mariposa en el valle
de la espalda- ...buscando el fino talle...

Se desbocó en mi frente
el pulso como un perro malherido
y paralelamente,
te sentí, en un gemido,
doblarte en mi garganta sin rüido.

Y después... la almohada,
pesarosa del rizo y la postura
y la sábana helada,
-mortaja de blancura-
plisándose sin voz a mi cintura.

Rafael de León

La noche de perversión

El caracol del ansia, ansiosamente
se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a latigazos creó lo inesperado.
A pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria
nos penetró en el alma, dulcemente,
con esa lenta furia de quien sabe lo que hace.

Flor de la perversión, noche perfecta,
tantas veces deseable maravilla y tormenta.
Noche de una piedad que helaba nuestros labios.
Noche de a ciencia cierta saber por qué se ama.
Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.

Noche de una lujuria de torpes niños locos.
Noche de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche de uñas y dientes, mentes de calorfrío.
Noches de no oír nada y ser todo, imperfectos.
Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.

Y el caracol del ansia, obsesionante,
mataba las pupilas, y mil odiosas muertes
a golpes de milagro crearon lo más sagrado.
Fue una noche de espanto, la noche de los diablos.
Noche de corazones pobres y enloquecidos,
de espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche de fango y miel, de alcohol y de belleza,
de sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche de ser dos frutos en su plena amargura:
frutos que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.

Yo no recuerdo, amada, en qué instante de fuego
la noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y eras una guitarra bellamente marchita.
Los cuchillos de frío segaron las penumbras
Y en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.

Efraín Huerta

El querer

En tu boca roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en cada beso quisiera
beber entera tu alma.

Me he enamorado de ti
y es enfermedad tan mala,
que ni la muerte la cura,
¡bien lo saben los que aman!

Loco me pongo si escucho
el ruido de tu charla,
y el contacto de tu mano
me da la vida y me mata.

Yo quisiera ser el aire
que toda entera te abraza,
yo quisiera ser la sangre
que corre por tus entrañas.

Son las líneas de tu cuerpo
el modelo de mis ansias,
el camino de mis besos
y el imán de mis miradas.

Siento al ceñir tu cintura
una duda que me mata
que quisiera en un abrazo
todo tu cuerpo y tu alma.

Estoy enfermo de tí,
de curar no hay esperanza,
que en la sed de este amor loco
tu eres mi sed y mi agua.

Maldita sea la hora
en que contemplé tu cara,
en que vi tus ojos negros
y besé tus labios grana.

Maldita sea la sed
y maldita sea el agua,
maldito sea el veneno
que envenena y que no mata.

En tu boca roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en cada beso quisiera
beber entera tu alma.

Manuel Machado

Caricias

Madre, madre, tu me besas,
pero yo te beso mas.
Como el agua en los cristales,
caen mis besos en tu faz.

Te he besado tanto, tanto
que de mi cubierta estas
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar.

Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear:
Cuando tu, a tu hijito escondes
no se le oye el respirar.

Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y que lindo niño veo
a tus ojos asomar.

El estanque copia todo
lo que tu mirando estás;
Pero tu en los ojos copias
a tu niño y nada más.

Los ojitos que me diste
yo los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar.

Gabriela Mistral

Navidad en el Hudson

¡Esa esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo.
con el mundo de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo
estaba solo por el cielo.

El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.
Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba al oso de agua que lo había de estrechar;
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.

He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño nuevo agite sus ramitos de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!

* New York, 27 de diciembre de 1929

Federico García Lorca

Tú, que hieres

Arrebatadamente te persigo.
Arrebatadamente, desgarrando
mi soledad mortal, te voy llamando
a golpes de silencio. Ven, te digo

como un muerto furioso. Ven. Conmigo
has de morir. Contigo estoy creando
mi eternidad. (De qué. De quién). De cuando
arrebatadamente esté contigo.

Y sigo, muerto, en pie. Pero te llamo
a golpes de agonía. Ven. No quieres.
Y sigo, muerto, en pie. Pero te amo

a besos de ansiedad y de agonía.
No quieres. Tú, que vives. Tú, que hieres
arrebatadamente el ansia mía.

Blas de Otero

Estaba la pájara pinta

Estaba la pájara pinta
sentada en el verde limón;
está la campánula blanca
mirando la cara del sol.

La nube recoge en su juego
soldados, castillo y dragón;
el agua, en su cauce de berros,
tres lirios y un pez de color.

De anís las cabriolas del aire
de plumas su vivo listón;
les digo que el aire del mundo
jamás fue tan buen bailador.

Me da la calandria su pico,
su rama me ofrece el gorrión,
en lunes tan nuevo y tan fino,
¿de qué servirá el reloj?

Abejas con sueños de azúcar
ya buscan un campo de olor;
hormigas de rudas faenas
va salen de cada terrón.

Carmiña Y Carmela en su risa
que es risa de-siempre-las-dos:
Carmela y Carmiña en su canto
alzado de su corazón.

Invierno nos habla, sin lluvias,
por mil semillitas de -amor:
verano se ha puesto en las hojas
a ser más alegre que yo.

La oveja descubre retoños
que casi le piden perdón;
la oveja ha olvidado su casa,
la casa del joven pastor.

Oíd la campana que dice:
¡no habrá, esta mañana lección!
Oíd a la pájara pinta
cantando en el verde limón.

Claudia Lars

A San Miguel

No que el Señor Luis de Moscoso
En San Miguel de la Frontera,
Entre los pueblos cave un foso,
Y haga sólo, del nuevo tan afanoso,
Gente guerrera.

Ha ido rescripto real por todo
Lugar -hasta ambos virreinatos,
Para que los Mestra den modo
De que el ganado de sus hatos
Venga a romper todo mal ocio,
Al intercambio y al negocio
A San Miguel de la Frontera.

Plazuelas, calles, solas antes,
Todo lo llenan los feriantes,
Y todo atrae sus miradas:
En sus jaulas doradas.

Los colorines;
Desde un jardín de cal y canto,
Sobre la parra de jazmines,
Raucisono da su canto,
El pavo real que la esponjada
Cauda, a la luz, como áureos tules-,
Abre, flabel de los azules
Ojos de Argos constelada.

Todo lo ven los forasteros.
Llenan los patios y apeaderos
Los añileros,
Los especieros,
Los ganaderos,
Y los mineros,
Y en medio al corro ganancieros,
Los marimberos.

Un remanso, de gentes en la corriente
Han hecho los maceros que llevan banderolas:
-!El Alcalde Mayor y la Alcaldesa!
Ella contrata con los frailes bulas;

Ella contrata
Cristos de yeso y pitos de Esquipulas
Y paga con monedas españolas
y con tejos de plata.

El habla gentilhombre con los guayaquileños,
Los chipanecos,
Los quetzaltecos,
Y oaxaqueños.
Y encomian los señores la fiesta proque vino
Un filipino,
Y un rico ameca
De Ameca-Ameca.

Causan otros remansos como extienden las manos,
O pidiendo limosnas o vendiendo rosarios,
Los franciscanos,
Dominicanos
Y mercenarios.

La plazuela del teatro en aquél tiempo era
Liza y empalizada para desafiados;
Vienen a combatirse desde tierras lejanas
Los bisoños y zurdos con sables de madera;
Los hidalgos y avezada
Con espadas toledanas.

No es lo de menos de la fiesta
El tiangue, en el momento
En que le prestan lucimiento
Bien los señores de la Mesta,
O el hacendado henequenero,
Cochinillero, o añilero...
Llegan a ver éstos y otros,
Y hacen en fin cosa de risa,
Cómo en la plaza, cuatro potros

Descuartizaban al cuatrero
Ladrón Ceniza.

Antes los perdidosos y malos negociantes
Al volver a su tierra, viendo el arcángel fiel,
Que abría sobre el templo sus alas rutilantes,
esde un alto recodo del camino, decía, antes:
De San Miguel,
Sólo El.

Ahora, al sol temprano quer las techumbres dora,
Cuando los ojos yertos vuelve al arcángel fiel,
Del pórtico del templo que derribara otrora
El rayo -el feriante maltrecho, dice ahora:
-De San Miguel
Ni Él.

Que pase breve tiempo y al lado de su esposa,
Tendrá él mismo un recuerdo dulce, sereno y tierno,
Al oír por la tarde bajo el dintel paterno;
A sus hijos que exaltan a la ciudad famosa:
Sexta, mayesta,
Martín de la Cuesta,
Dijo mi padre
Que pícara en ésta:
-A comer pan con miel
A la puerta de San Miguel!

Francisco Gavidia

Agua sexual

Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, mas húmedo que el llanto,
un liquido, un sudor, un aceite sin nombre,
sin movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano
hacia su ola sin agua.

Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula,
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y piernas de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirándo.

Y entonces hay este sonido:
Un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro al mundo.

Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente
veo caer un agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espumas y medusas.
Veo correr un arco de iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.

Pablo Neruda

No es que muera de amor

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto , interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
Inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines

Rima IV

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
habrá poesía.

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad siempre avanzando,
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
habrá poesía.

Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llora sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
habrá poesía.

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
habrá poesía.






Gustavo A. Bécquer

Mi pluma no es para el amo

Mi pluma no es para el amo.
Otros le canten endechas, otros le brinden halagos.
No le busco ni le temo; no le quiero ni le canto.
Mi pluma que se da entera en una entrega de trazos
Por describir una aurora, por dibujar un ocaso,
por llegara lo mas hondo y elevarse a lo mas alto,
ese trocito de acero que ríe o llora en mi mano,
no se humilla ni se vende.
Mi pluma no es para el amo.

Matilde Alba Swann

Hasta luego

I
La mariposa boreal se acerca y el candor
Y gira sobre su eje geológico con un halo
Antes que la flor helicóptera que seguimos con los ojos
En la dirección del apacible perfume sin capa
Se caiga de su carácter
La sangre de la montaña brota inagotable
A causa de sus flores y sus olvidos
Bajo la calma mirada del viento
Qué altura me dais para el veraneo del cráneo
Os desafío a todos os desafío
El pájaro pondrá su huevo sobre el porvenir
Gritando Tanto peor
Os traigo los recuerdos de Altazor
Que jugaba con las golondrinas y los cementerios
Los molinos las tardes y las tumbas como bolsillos del mar
Os traigo un saludo de Altazor
Que se fue de su carne al viento estupefacto
Hasta luego señores
Hasta luego árboles y piedras


II
Cierra el panorama de los ojos en su tallo
Con su cielo y las palomas continuadas
Cierra el lago de la boca
Y la prisión de risas bajo el agua del sueño precioso
Cierra el piano de palabras amadas por los siglos
Y el jardín sensible de los cabellos
Las proyecciones del calor interno
El dolor que busca las fronteras del corazón
Cierra la colina de las orejas
Con todo su oro y sus piedras de milagro
Robadas en el cofre de los poetas enamorados
Que eran como olas despedidas por la muerte
Cierra los arroyos de los sueños
Y la luz de la frente en árboles químicamente puros
Cierra el panorama envidriado de los ojos


III
Vendedor de luces conocidas como el sonido de los tambores
Bajad los rebaños de los pastales celestes
Venid aquí con la mordida estrella
Venid a acariciar estas pequeñas miradas en círculo junto al fuego
Las miradas recién nacidas
Las miradas en pañales de lana y de amor
Más hermosas que los ríos de la ternura
Más hermosas que los cabellos de la lluvia y el mundo caliente de la luz
Más hermosas que la fatiga necesaria a las caricias
Inconfesables de las alondras en la atmósfera


IV
Aquí los mirajes de los dromedarios afables
Aquí la catarata cerrada multiplica los valores
De la fuerza irremediable como su tiempo
Su elocuencia detiene a los enamorados
Las miradas en hilo y los vasos comunicantes de los corazones llenos
Bebamos las llamaradas de aventura como el agua ardiente del huracán
Aquí el horno de la aurora
Y algunas migas de nubes después de la fiesta de los pájaros glotones
Aquí la noche que ata a los amantes
Todo esto y luego la pesadez enterrada de la edad
En los hermosos paseos arqueológicos
Que tienen tanto orgullo como si se bañara un caballo
Aquí para la desconocida semejante a la estatua
El pescado que vive de lágrimas del pescado en rehén
La flor de la memoria encerrando sus abejas
Y los lingotes de la borrasca


V
A los ladrones los oscuros ladrones
En el acuario de los ojos
Donde ella duerme sin el menor presentimiento
Las emisiones llegan al coral de su corazón
Se despierta y va a llorar
Yo coloco en mi oreja el dulce caracol
Para oír los gritos de las náufragos antiguos
Tan cruelmente amarrados
El iceberg sereno como un emperador
Sigue su destino
Obedece ciegamente a las líneas de su mano
Os lo advertí hasta el cansancio
Cuando se viaja en busca de la niña América
Se juega a los náufragos y se atrae el abismo
Pero no tengan miedo
Pronto uno se acostumbra y hasta se siente cierta ebriedad
Y se pasa el tiempo
Mostrando sus dientes de leche a las perlas del juicio
Que preparan el Juicio Final


VI
La margarita es un armario de probables sonidos
Lleno de dulzuras para los insectos
Y las abejas de la memoria que cambian de hemisferio
Las noches pasan mirando las serpientes del horizonte
Y los barcos linternas desoladas
Que buscan en el olvido una ola más consciente
Para decirle su canción
Las cortinas de la camelia distante
Se apartan y he ahí la luz en vértigo creciente
La luz que hace pensar en los labios
Hinchados por el calor y por la altura


VII
Vagabundaje de los ríos
Qué envidia me dais en todo tiempo
Un caso de fuerza mayor
Impide a las olas rodar
Es triste para los ahogados
Que no lo supieron en su noche idolatrada
El Rin es un turista
Visitante de viejos castillos
Gira gira tu agua cinematográfica
Mojada de miradas tan bellas que se hacen oír como voces
Gira gira tu Loreley en su canción hipnotizada
El ruiseñor está amarrado por sus cantos
Al árbol de su gusto exquisito
Mientras dice sus amarguras de noche
Tu sonrisa marítima y templada
Abre la puerta
A las libélulas de tu dulzura íntima
A tus voces de Rin hipnotizado y Loreley


VIII
En un se diría tal vez
En estatua de silencio ofrecido a sus cielos
En largos fríos que bajan por el horizonte
En piedra de olvidos
Que se me cae encima y se evapora
Como paisaje de cisnes instantáneos
Letanías que atan el tiempo a ciertos árboles
Y a los senos de la primera víctima
Ventana de olores marinos
Así en caída de ojos y manos
Así en tradición de castillos angustiados
Y ríos devorados por la noche
Así

Vicente Huidobro

Décimas

I
Yo soy flor que se marchita
al sol de la adversidad,
el arbolito en mitad
de la llanura infinita.
La paloma pobrecita
que arrastran los aquilones,
entre oscuros nubarrones
de tempestades airadas,
soy la barca abandonada
en el mar de las pasiones.


II
Soy el ave que al bajar
de los aires fatigada,
no tiene ni una enramada
ni un árbol en que anidar.
Y si vuelve a levantar
las tristes alas del suelo,
encuentra nublado el cielo
y dehecha la tormenta,
y el pájaro se lamenta
y vuelve a tender su vuelo.


III
Yo soy un gaucho cantor
de renombradas virtudes,
que tan solo ingratitudes
ha recibido en su amor.
Soy el pobre payador
velay, si sabré penar
con mis negras amarguras,
la pampa con sus llanuras
con sus abismos la mar.


IV
Yo no canto por llamar
la atención que no merezco,
yo canto porque padezco
penas que quiero olvidar.
Que tan solo con cantar
se va al viento nuestra pena,
y yo tengo el alma llena
de pesares y amarguras,
más que en la pampa hay anchura
más que en el mar hay arena.


V
Por eso, ¡oh linda mujer!
maldigo mi negra estrella,
al contemplarte tan bella
sin que te pueda querer.
Porque todo hombre ha de ser
generoso hasta morir,
y no debe permitir
a una mujer que lo quiera,
para que después se muera
al verlo tanto sufrir.


VI
¡Adiós, primorosa flor!
adiós, lucero invariable,
solamente comparable
a la estrella de mi amor.
Cuando sientas un dolor
parecido al que yo siento,
Dios quiera que tu lamento
no sucumba en la ignorancia,
y atraviese la distancia
¡sobre las olas del viento!

Almafuerte

Rostro de vos

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto y por sabor.

Sin un temblor de más,
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna maldición

mis huéspedes concurren,
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor.
Yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan a su hambre
miran y miran
y apagan la jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van,
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos.

Y es una soledad
tan desolada.

Mario Benedetti