El fin último: el lector
Olvidan muchos eruditos de las letras que el fin último de toda obra literaria es el lector y no los amigos ni los críticos oficiales ni el grupo literario que los acoge con aplausos ni los analistas que gustan disecar el texto como una cosa, quitándole toda humanidad.
Como lo olvidan, se llevan sorpresas.
Entre algunas, las que ciertos libros que ellos miran con desdén, son fácilmente cogidos por el mundo lector, y las obras que éstos mismos elevaron a las nubes en medio de ditirambos y loas pretenciosas, duermen el sueño de los justos en los anaqueles de las librerías, siendo adquiridos únicamente por amigos del autor, algunos parientes y ciertos sabihondos que gustan de las oscuridades.
Sobre este punto ciertamente hay posiciones contrarias.
Hay quienes se interesan en algo tan añoso como el nudo narrativo, la tensión dramática, el desenlace, etc. Algo así como la configuración principio, medio y fin. Si eso lo atrapa, no dejan el libro y se sumergen en un cosmos admirable y maravilloso, haciéndolos soñar, haciéndolos pensar. ¡Qué mejor!.
En cambio, los doctores que toman el texto y comienzan una vivisección de él, apartando, cortando, analizándolo por partes, buscando causas y analogías, encasillándolos en escuelas y modas, investigando cada detalle, cada palabra, cada asociación, ¡qué placer encontrarán! Ciertamente lo hallan en su tarea, pero ¿dónde está el brillo de los ojos de alguien que lee ensimismado, dónde el éxtasis de quien se arrebata por el interés de un libro, donde está la mística, el gozo, la alegría de leer?. Sí, seguramente también podrían tenerlo, pero nos mostramos escépticos con su naturalidad.
Esto, porque el lector es natural, recibe los embates de la lectura en forma normal. En cambio ellos, los eruditos, los académicos, los estudiosos, los investigadores...
El tema es complicado y admite matices. Evidentemente. Pero sostenemos que el fin último de toda creación literaria es el lector y hacia debe caminar el escritor, no desviarse. Los que encuentran placer, si lo encuentran, asesinando, perdón, auscultando fríamente el texto, allá ellos. Respetable posición. Nos alineamos, sin duda alguna, en el bando de los que gozan, sufren, lloran, ríen, se emocionan con los libros.
Jorge Arturo Flores
Como lo olvidan, se llevan sorpresas.
Entre algunas, las que ciertos libros que ellos miran con desdén, son fácilmente cogidos por el mundo lector, y las obras que éstos mismos elevaron a las nubes en medio de ditirambos y loas pretenciosas, duermen el sueño de los justos en los anaqueles de las librerías, siendo adquiridos únicamente por amigos del autor, algunos parientes y ciertos sabihondos que gustan de las oscuridades.
Sobre este punto ciertamente hay posiciones contrarias.
Hay quienes se interesan en algo tan añoso como el nudo narrativo, la tensión dramática, el desenlace, etc. Algo así como la configuración principio, medio y fin. Si eso lo atrapa, no dejan el libro y se sumergen en un cosmos admirable y maravilloso, haciéndolos soñar, haciéndolos pensar. ¡Qué mejor!.
En cambio, los doctores que toman el texto y comienzan una vivisección de él, apartando, cortando, analizándolo por partes, buscando causas y analogías, encasillándolos en escuelas y modas, investigando cada detalle, cada palabra, cada asociación, ¡qué placer encontrarán! Ciertamente lo hallan en su tarea, pero ¿dónde está el brillo de los ojos de alguien que lee ensimismado, dónde el éxtasis de quien se arrebata por el interés de un libro, donde está la mística, el gozo, la alegría de leer?. Sí, seguramente también podrían tenerlo, pero nos mostramos escépticos con su naturalidad.
Esto, porque el lector es natural, recibe los embates de la lectura en forma normal. En cambio ellos, los eruditos, los académicos, los estudiosos, los investigadores...
El tema es complicado y admite matices. Evidentemente. Pero sostenemos que el fin último de toda creación literaria es el lector y hacia debe caminar el escritor, no desviarse. Los que encuentran placer, si lo encuentran, asesinando, perdón, auscultando fríamente el texto, allá ellos. Respetable posición. Nos alineamos, sin duda alguna, en el bando de los que gozan, sufren, lloran, ríen, se emocionan con los libros.
Jorge Arturo Flores
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