Literatura
¿Tú te imaginas a Franz Kafka ganando cualquier premio literario, explicando en público, ante mil personas importantes, con el trofeo del premio en una mano y en la otra su pequeño sombrero, la trama de "El Castillo"? ¿Y te imaginas a James Joyce presentando el "Ulises" en la Fnac acompañado de un famoso? ¿Te imaginas a Cernuda ganando el Loewe? ¿Y a Borges alargando un relato para que su agente lo venda como una novela? ¿Ves acaso a Céline firmando dedicatorias amables en la Feria del Libro? ¿Y a Pessoa de gira por los almacenes de Portugal promocionando su desasosiego? Parecía que la literatura era irreductible, y que los escritores también eran irreductibles, y eso estaba bien, tenía su gracia, su punto de fuerza, su humanidad pura. Pero ya la literatura es esto: una mesa de novedades, las mafias, una feria, un premio, la televisión y la pasta, y ni siquiera mucha pasta. O sea, el éxito. Pero para eso ya estaba la política y el mundo de los negocios, las cenas de sociedad y los discursos de los pedantes. ¿Dónde está la literatura entonces? Se está muriendo. Casi ni queda. Casi ni existe. No, chaval, la literatura nunca fueron libros de éxito. Era otra cosa. Era lo inesperado, lo gratuito. Y no me hables de calidad, como si los libros fuesen electrodomésticos o coches. ¿Acaso el "Ulises" tiene calidad común, la tiene "El Castillo"? No, la calidad común, de la que hablan los listos del negocio, es cosa de consumidores lelos. La calidad sirve para los electrodomésticos y los coches, para los televisores y las tostadoras, para las neveras y los vídeos. La literatura era otra cosa. Era valor, valor personal. Si quieres calidad en serie, cómprate los libros de los premios literarios o cómprate un Volvo, pero si quieres literatura personal tendrás que ir a buscarla tú solito: ya no está en las tiendas. Tendrás que ir a buscarla al matadero y a los hospitales. Y ni siquiera allí la ibas a encontrar. Lo mismo tienes que ir a buscarla al cementerio, tú sabrás.
Manuel Vilas
Manuel Vilas
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