Blogia
pro-scrito

Carta imposible a Adolfo

Carta imposible a Adolfo Adolfo:

Más de media vida llevamos juntos y, sin embargo, atendiendo a los últimos tiempos en que la apatía ha degradado aquel sentimiento eterno a un contrato vitalicio que tú y yo decoramos con buenos modales, podríamos concluir en que cada día que transcurre es un témpano de hielo que se incorpora al ya grueso muro de nuestro recíproco distanciamiento, tan espeso que no sólo nos ha arrebatado las ganas de atravesarlo para de nuevo encontrarnos uno en el otro, sino que incluso nos ha secuestrado el coraje para referirnos a él.

No es hora ya de buscar culpabilidades en este desaguisado, pues si lo hiciéramos seguro que nos encontraríamos enfrentados uno al otro con la mano en forma de pistola apuntando al contrario y, además, estoy convencida de que ninguno de los dos sentimos odio, rencor o afán de revancha por cuestiones que ahora, conforme pardean los colores del arco iris de cada cual, se tornan más y más irrelevantes. No es hora de atormentarnos en todo lo que pudo haber sido y no fue, o en lo que fue y no debió haber sucedido, ni de buscar en el fondo de nuestro desgastado baúl de las segundas oportunidades una nueva esperanza para esta convivencia de muerta paz que nos niega el derecho a volver a tomar parte en la ruleta del amor.

Adolfo, hemos de ser valientes para el dolor de escapar de este cloroformo que nos aisla de la esperanza, que en cada vuelta de reloj nos estrangula contra el silencio, contra la rutina, contra la mortaja que tenemos que abrir para, dignamente, enterrar este cadáver de incomunicación que nos está devorando a los dos, que en su imparable avanzar por los arabescos de la melancolía, terminará por hacernos olvidar los hermosos momentos en que tú y yo fuimos todo aquello que bien merecimos vivir y cuya memoria no podemos profanar cubriéndola de sucia hojarasca embarrada. Porque eso, Adolfo, sería negar que estuvimos vivos, que engendramos raudales de pasión y ternura para intercambiar sin fecha ni horario, para alimentar nuestra complicidad, para amortiguar los fracasos, para celebrar los triunfos, para creer y crecer uno en el otro...

Te escribo desde el amor Adolfo, aunque no puedo garantizarte por cuántas semanas más me será posible hacerlo. Te escribo antes de que la amargazón me gane la partida, antes de que me visite el pesimismo, antes de que los caprichos de la menopausia y los tópicos adheridos a este vocablo vengan a hincarme la espuela de su bandera. Te escribo porque el papel ha de ser el mensajero que hable por mí, el mediador que te plantee en mi nombre todo esto que tantas veces, apenas he esbozado una insinuación, me has obligado a callar, refugiándote en tu elegido silencio -y yo en el mío impuesto por tí-, como exquisito y cortés final a una conversación que, repetitivamente, no llegaba ni a nacer.

Vegetamos como si estuviéramos condenados a una perpetuidad que nos lastra los impulsos, como si fuéramos cangilones de la dictadura de un destino donde todo hubiera sido fijado de antemano. Pero la libertad hace ya mucho que golpea a nuestra puerta, Adolfo, y cuanto más sordos nos fingimos, con más calor redobla su latido multiplicándolo en una espiral que puede enloquecernos, que nos está aislando de participar plenamente de todo lo que nos rodea, de las páginas de nuestra historia que nos corresponden, de las sensaciones, de las sorpresas que en el amplio abanico que se extiende entre lo positivo y lo negativo, aguardan para tí y para mí.

Te quiero Adolfo, te quiero por lo que fuiste, por lo que ya no eres, por lo que puedes volver a ser en esta etapa que comenzamos por separado. Te quiero en esta carta de amor ya imposible, te quiero desde el respeto a las circunstancias que a partir de ahora decoren tu alma, desde lo que ya no se repetirá entre nosotros, desde la última ocasión ya olvidada en que nos amamos, desde aquella juventud que no renacerá hasta que no soltemos amarras, hasta que no recuperemos la valentía para luchar por la felicidad.

Se acabó el amor, Adolfo y para ninguno de los dos resultará fácil llenar el vacío que su ausencia deja en la trastienda, pero nada es tan letal como este morir sin fin en esta agonía de respiración asistida e interminable encefalograma plano. Sonriamos a la verdad, Adolfo, pongamos pie en el estribo y preservemos inmaculado el bagaje de lo mucho que nos quisimos y que ahora, cuando se baja el telón, cuando ya no restan más escenas en común para nosotros, yo deseo culminar con un apretado abrazo, como colofón de todo aquello tan grande y tan hermoso que un día ya bastante lejano existió entre los dos.

Francisca

Mª Victoria Trigo

0 comentarios