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Opciones de títulos

Opciones de títulos

Uno de los títulos más atractivos de la historia de la novela popular es Lo que el viento se llevó. Pero la autora, Margaret Mitchell, trabajó durante diez años en esta novela pensando en el título Pansy, que era el insulso nombre con que se iba a llamar originalmente la heroína que hoy conocemos como Scarlett O’Hara. A menos de seis meses de la edición, la autora le cambió el título a su obra por el de Mañana es otro día. Pero lo descartó cuando se enteró que había otros dieciséis libros que comenzaban con la palabra “mañana”. Finalmente recurrió a un párrafo de su propio libro, que incluía la frase que pasaría a la historia, basada a su vez en un poema romántico (género que fascinaba a Mitchell) de Ernest Dowson. Dicen las malas lenguas que, además, la autora había considerado títulos tales como Jettison, Hitos e inluso ¡Ba! ¡Ba! Oveja negra.

Con relación a los títulos, Milan Kundera dijo una vez que "cualquiera de mis novelas podría llamarse La insoportable levedad del ser, o La broma o El libro de los amores ridículos. Mis títulos son intercambiables, reflejan el pequeño número de temas que me obsesionan, me definen y, lamentablemente, me restringen. Más allá de estos temas, no tengo nada que decir o escribir".

Un particular cambio de títulos sobre la marcha fue el que intentó Tolstoi. Su intención original, cuando comenzó a escribir su monumental La guerra y la paz, era mostrar un panorama de Rusia en los complicados años que siguieron a la era napoleónica, en la década de 1820. Así, la novela se iba a llamar 1825. A medida que avanzó en su obra, el argumento se fue centrando en el transcurso de las guerras napoleónicas. Trasladó entonces a sus personajes veinte años atrás  y retituló su trabajo como 1805, título con el cual comenzó a publicarse por entregas en un periódico ruso. Muchos capítulos más tarde, Tolstoi decidió llamar a su novela, aún en formación, con el título optimista de Todo está bien cuando termina bien. Su propósito era el de dotar de finales felices a todos sus personajes. Sin embargo, el libro creció y creció hasta alcanzar dimensiones impensadas y, dentro de su obra de ficción, Tolstoi redactó un muy serio ensayo sobre la historia de Rusia. Así que pensó que su obra requería de un título más solemne. Consideró entonces que la guerra y la paz eran los elementos básicos de siglos de vida rusa. Y así nació el título de una de las mayores obras de todos los tiempos.

Dentro del género de los ensayos, otra historia muy graciosa tuvo como protagonista a la famosa recopilación de discursos de Winston Churchill, publicada en Inglaterra con el título de Las armas y el acuerdo. El editor norteamericano opinaba que este título no significaría demasiado entre el público de su país y le pidió al político que propusiera una alternativa. Entonces, Churchill telegrafió su sugerencia: The years of the locust (El año de la langosta). Pero el operador de turno tipeó mal este título, que llegó a Estados Unidos como The years of the lotus (El año del loto). Los editores, pese a creer que Churchill había enloquecido, quisieron hacerle honor a su propuesta. Así, partiendo de la leyenda griega que decía que el loto produce sueño, retitularon su obra como Mientras Inglaterra duerme. De más está decir que el libro resultó sumamente exitoso, pese o gracias al distraído trabajador de correos.

El muy sugerente título ¿Quién teme a Virginia Woolf? nació cuando el autor de la obra, el dramaturgo Edward Albee, vio esta extraña pregunta pintada a modo de graffitti en la pared del bar neoyorquino al que solía ir a tomar unos tragos. Tiempo más tarde, cuando terminó su obra, recordó la pintada y la utilizó para titularla.

Y es que detrás de cada título famoso hay una historia. En muchos otros casos, son los editores los que deciden cómo se llamará la obra. Raymond Chandler le escribió una vez a su editor, el famoso Alfred Knopf: "Estoy pensando un buen título para que luego me pidas que lo cambie".

Francis Scott Fitzgerald era tan gran escritor como mal titulador. Para su novela más famosa, El gran Gatsby, había pensado títulos tales como Trimalchio (haciendo referencia al patrón rico del Satiricón de Petronio), Gatsby, el del sombrero de oro o El amante fanfarrón. En este caso, el sentido común de los editores merece un agradecimiento.

William Faulkner tuvo la idea de titular a una de sus novelas La cruz: una fábula. Pero la cruz del título, según sus osados planes, debía aparecer con su clásico símbolo en la portada del libro. Sus editores rechazaron de plano la propuesta aduciendo que los libreros no tendrían forma de ubicarlo en sus catálogos, ordenados alfabéticamente. Finalmente, el libro se llamó simplemente Una fábula.

Una buena fuente de títulos siempre ha sido y es Shakespeare. Muchos autores suelen extraer frases del autor de Hamlet para nombrar a sus obras. Algunos ejemplos: Los perros de la guerra, Pálido fuego, En busca del tiempo perdido, El sonido y la furia, Rosencrantz y Guildenstern están muertos, y muchos más.

Afortunadamente, para D. H. Lawrence, ninguno de los títulos que eligió originalmente para sus principales obras vio la luz. Así, Paul Morel se convirtió en Hijos y amantes; John Thomas y Lady Jane se conoce como El amante de Lady Chatterley; y El anillo de bodas se llamó finalmente Mujeres enamoradas.

Somerset Maugham dijo una vez que "un buen título es el título de un libro exitoso". Y es que, cuando vamos a una librería, si no conocemos al autor, ¿compraríamos un libro que se llamase La ballena? Pues ese era el título que pensó originalmente Herman Melville para su ahora clásico Moby Dick.

Caramba con la Sand

Caramba con la Sand

George Sand vivió una vida turbulenta. Eran muchas las razones por las que no pasaba desapercibida: el éxito de sus novelas, su costumbre de vestir trajes de hombre, su afición por fumar puros y coleccionar numerosos amantes, entre otros, Mérimée, Musset y un cura excomulgado, pasando por breves aventuras románticas con la actriz Maria Dorval y con la cantante de ópera Paulina García.

 

Sin la E

Sin la E

El norteamericano Ernest Vincent Wright, un catedrático del Massachussetts Institute of Technology, escribió una novela de 50.110 palabras, titulada Gadsby (50.000 word novel without the letter E). Ninguno de los vocablos que utilizó para escribir su obra contiene la letra E.

 

Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe

Cuando contaba veintisiete años, el escritor Edgar Allan Poe contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, de tan solo trece años. Vivieron en casa de su tía y suegra María Clemm, que fue casi como una madre para el escritor. Cuando Poe escribía, exigía que se quedase a su lado sirviéndole café hasta la madrugada. En 1847 muere Virginia de tuberculosis. Poe falleció el 7 de octubre de 1849 padeciendo delirium tremens. Sus últimas palabras fueron: "Que Dios ayude a mi pobre alma".

 

California

California

California tiene ese nombre porque en el año 1535 a Hernán Cortés la vista de lo que hoy es Baja California en México, le trajo el recuerdo de Calafia, de una narración popular española. La reina Calafia gobernaba una isla llamada California, situada cerca del Paraíso Terrenal. Sus ejércitos eran sólo de mujeres. Sus armas eran de oro y, montadas en alimañas, capturaban a los hombres con el fin de mantener la especie.

 

Mark Twain

Mark Twain

Mark Twain fue el primer autor que usó la máquina de escribir para una de sus obras: Life on the Mississippi. Aunque se dice que no la escribió directamente sino que otra persona fue la que la pasó a máquina.

 

Hogar, dulce hogar

Hogar, dulce hogar

Hogar, dulce hogar (home, sweet home). La famosa frase traducida del inglés, fue tomada del estribillo de la canción compuesta por el dramaturgo neoyorquino Howard Payne, incluida en el musical La doncella de Milán. John Howard Payne, nunca tuvo una residencia permanente.

 

Libro marcado

Libro marcado

Libros como El amante de Lady Chatterley, se han visto marcados desde su concepción. David Herbert Lawrence padecía de tuberculosis cuando se le ocurrió escribir la novela en la cual una bella aristócrata traiciona a su esposo paralítico con un guardabosques. Lawrence escribía a ratos, y muchas páginas del manuscrito quedaron manchadas por la sangre que escupía. Años después, una mecanógrafa rehusó seguir copiando un manuscrito con "semejantes porquerías". A la hora de publicar la obra, ningún editor quiso hacerlo, hasta que en Italia consiguió que un impresor se atreviera.

 

Origen de algunas palabras

Origen de algunas palabras

La palabra “cementerio” proviene del término griego koimetirion que significa dormitorio.

El nombre “chocolate” es una derivación fonética por parte de los españoles de la lengua azteca y maya, en la cual ’xoco’ significaba caliente y ’attl’ o ’atte’ significaba agua. Este concepto de agua caliente que conlleva la palabra ’xocoattl’, estaba ligado necesariamente a la preparación de la bebida.

La palabra árabe que se usaba para representar una cantidad desconocida era ’shei’. Se transcribió al griego como ’xei’. Se fue acortando y quedó como ’x’. Por eso representamos con X un número cualquiera.

La palabra “turismo”, en inglés ’tourist’, proviene de las primeras personas que viajaron en grupo por placer; ciudadanos británicos que visitaron el Chateaux de la Loire en Francia, de donde es capital Tours.

La palabra “testificar” procede de una costumbre romana en la que a falta de Biblia, los romanos juraban decir la verdad apretándose los testículos con la mano derecha.

Poe en West Point

Poe en West Point

Se dice que en 1831, cuando Edgar Allan Poe estaba en West Point, las instrucciones de vestimenta para el desfile pedían "cintos blancos y guantes, con armas." Apareció en el desfile desnudo, vistiendo nada más que cinto blanco y guantes. Fue expulsado.

 

Stevenson

Stevenson

En seis días y bajo los efectos de la cocaína, Robert Louis Stevenson escribió El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde.

 

Cornudos

Cornudos

Narciso Serra, escritor madrileño del siglo XIX, mientras paseaba con un amigo, le preguntó:

-¿Cuántos cornudos te parece que viven en esta calle sin contarte a ti?

-¿Cómo sin contarme a mí? Esto es un insulto...

-Bueno, no te enfades. Vamos, contándote a ti, ¿cuántos te parece que hay?

La hormiga

Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de identificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba...luz...jardín...hojas...verde...flores..." Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)

Marco Denevi

 

Muerte en fuga

Leche negra de la madrugada la bebemos de tarde
la bebemos al mediodía de mañana la bebemos
de noche la bebemos y bebemos
abrimos una tumba en el aire -ahí no se yace
incómodo-
Un hombre habita la casa él juega con las serpientes
él escribe él escribe mientras oscurece a Alemania
tu pelo dorado Margarita
lo escribe y sale de la casa y fulguran las estrellas silba
a sus judíos hace abrir una tumba en la tierra
nos manda "tocad ya para el baile".

Leche negra de la madrugada te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos
de tarde bebemos y bebemos.
Un hombre habita la casa y juega con las serpientes él escribe
él escribe mientras oscurece a Alemania
tu pelo dorado Margarita
tu pelo ceniciento Sulamita abrimos una tumba en el aire
-ahí no se yace incómodo- Grita
cavad más hondo en la tierra los unos y los otros cantad y tocad
empuña el arma en la cintura la blande tiene ojos
azules cavad más hondo con palas los unos y los otros seguid
tocando para el baile.

Leche negra de la madrugada te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y de mañana te bebemos
de tarde bebemos y bebemos
Un hombre habita la casa tu pelo dorado Margarita
tu pelo ceniciento Sulamita juega con las serpientes. Grita
tocad mejor la muerte la muerte es un maestro de Alemania. Grita
tocad más sombríos los violines entonces subís al aire en humo
entonces tenéis una tumba en las nubes
-ahí no se yace incómodo-.

Leche negra de la madrugada te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos de tarde y de mañana te bebemos
y bebemos la muerte es un maestro de Alemania
tiene un ojo azul te acierta con bala de plomo
te acierta justo
un hombre habita la casa tu pelo dorado Margarita
azuza a sus perros contra nosotros nos da
una tumba en el aire
juega con las serpientes y suela con la muerte
es un maestro de Alemania
tu pelo dorado Margarita
tu pelo ceniciento Sulamita.

Paul Celan

Los premios

Los premios literarios son una fuente constante de polémicas para los escritores, sobre todo al cuestionar los méritos de quienes los obtienen en determinada oportunidad, postergando el reconocimiento de otros que cuentan con tantos o mayores virtudes. Lo primero que hay que apuntar en esta discusión es la necesidad de favorecer la diversidad a través de la existencia de una cantidad de certámenes que permita una mayor heterogeneidad en cobertura de géneros, composición de jurados y ámbitos de aplicación (grupos etarios, regiones u otros grupos de referencia).

La primera constatación que debe hacerse es la modificación y desaparición de ciertos premios cuyo prestigio es indiscutible. El caso más importante es el del Premio Nacional de Literatura, el cual se concede sólo cada dos años y no anualmente como fue tradición. Se ha dicho - afirmación que considero aberrante - que no existen suficientes escritores chilenos de calidad como para conceder esta distinción año a año ; creo que es tarea fácil componer una larga lista de creadores en plena actividad que ya debieran haber recibido este reconocimiento. No debe olvidarse además que los escritores no están representados institucionalmente en el jurado, siendo que el Premio Nacional fue el resultado de la acción gremial de la Sociedad de Escritores.

Extrañamos también al Premio Pedro de Oña, certamen de alto prestigio que ganaron excelentes creadores, otorgado anualmente por la Municipalidad de Ñuñoa, el cual experimentó algunos intentos de reactivación años atrás, pero que terminó por fallecer, posiblemente hundido entre la lista tecnocrática de las prioridades edilicias. Otro premio prestigioso desaparecido es la Beca de Chile, que otorgó hasta la década de los 70 la Municipalidad de Santiago, consistente en una suma de dinero entregada a un escritor para financiar un proyecto literario.

En la lista de las mutaciones encontramos al Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago, al cual postulaban en todos los géneros obras inéditas de autores nacionales, concurso que contaba con una valoración tan alta como la que ha tenido y tiene el Premio Municipal de Santiago (que se concede a la mejor obra editada el año anterior en los cinco géneros básicos). Basta revisar la lista de premios Gabriela Mistral concedidos en el pasado para encontrar valores literarios indiscutibles. Sin embargo, una modificación efectuada en la década anterior, acotó este concurso primero a estudiantes de enseñanza media, y luego -en su versión actual- a escritores jóvenes y a escritores que no hayan publicado obras anteriormente. No cabe cuestionar la necesidad de incentivar a los estudiantes o a los literatos muy jóvenes o de obra tardía, pero creo que no es necesario cambiar la estructura de un premio de tan larga data y tradición tan fértil. Siempre es posible crear un nuevo concurso dirigido hacia los grupos mencionados. Y la restitución del Premio Gabriela Mistral a su forma original sería bienvenida por los escritores chilenos.

Por otra parte, no se puede negar el importante estímulo que ha significado en la época reciente la irrupción de los concursos de becas y proyectos del Fondo de Desarrollo de las Artes y del Consejo Nacional del Libro, ambas entidades dependientes del Ministerio de Educación. El Premio a las Mejores Obras Literarias, concedido en cinco géneros y en las categorías de obras editadas e inéditas, excelentemente dotado para los estándares nacionales, se ha erigido en un hito de la más alta importancia para nuestro medio literario. Su impacto es indudable, ya que las obras ganadoras generan un inmediato interés de los editores, constituyéndose en un estímulo a la edición y difusión, no sólo a la creación.

Sin embargo, a pesar de este efectivo y promisorio desarrollo, es muy difícil concebir la posibilidad de que un escritor pueda consagrarse por entero a la creación. Los premios, las becas, los derechos de autor -todos ellos ocasionales- no permiten generar los recursos necesarios para garantizar una dedicación de tiempo completo de quienes han demostrado sobradamente sus condiciones creativas. Se requiere recuperar todas las formas de estímulo que se han perdido en el tiempo (como las mencionadas antes), y más aún, crear nuevos incentivos que tiendan a crear fuentes de ingresos estables para los creadores, de modo que desarrollemos a plenitud las potencialidades culturales de nuestro país. En el pasado ha habido claras demostraciones -para utilizar el léxico en boga- de nuestras ventajas comparativas en el terreno de la literatura. Hay que crear las oportunidades para que estas se impongan. Tal vez podamos volver a ganar esos campeonatos mundiales (léase Premios Nobel) que nos son esquivos en las canchas deportivas.

Diego Muñoz Valenzuela

 

Locura y creatividad

Los límites que circundan la conducta de un enfermo mental pueden verse con claridad. Pero a veces esa línea comienza a hacerse difusa y en nuestros intentos por determinar dónde empieza y dónde termina la "normalidad" se diluye. Y esta situación se ha dado varias veces, cuando nos plantamos frente a una creación artística. Hasta qué punto un creador puede pisar los umbrales de la demencia o, por el contrario, si pasa el límite, deja de ser un artista para convertirse en un loco delirante?

El hombre es comunicación. Permanentemente se siente llevado a decir cosas. Por un lado este movimiento imperioso surge de una necesidad interior, por otro de un contexto histórico que lo impulsa. Esta facultad "en potencia", sin embargo, se canalizará por diferentes vías. No todos eligen el camino del arte. Un camino abierto para aquellas personalidades dotadas de un toque especial para juguetear con la realidad, con la magia.

El artista vive inmerso en un mundo complejo que lo atrae y apasiona. Quiere mostrar lo que ve, lo que él ve. En su interior se forman presiones que lo impulsan (por ejemplo) a escribir. Y en ese choque de realidad exterior y carga subjetiva se mueve el escritor. Entonces con el manejo de la imaginación, sueños, ideas, la realidad se fragmenta se recompone, aleja o acerca. La obra le permite descargar esa presión que, como un sentimiento de angustia, lo oprimía. ¿Qué ha logrado el escritor? En cierta medida evadirse, irse en sus letras de algo que lastima. Sin embargo algo puede notarse: él es el que domina. Fragmenta sus personajes, es consciente o no (aunque lo maneja) de que desciende hasta los abismos más profundos. ¿Pero si se ve lanzado a límites tan extremos no será extrañamente minado su equilibrio mental?

El escritor que termina una obra siente placer y busca el reconocimiento de los demás o de sí mismo. El fin existe. En el psicótico la acción de escribir es un acto más, no puede identificarse con su obra ni es conciente de su creación. Su actitud puede compararse a la de un chico que se mira en el espejo y no se identifica con la imagen, no hay manejo de la realidad. No puede volver atrás para recomponer, no tiene una visión global; falta unidad, soporte, todo se presenta fragmentado y, hecho muy notorio, estático. Escritos en los que falta el motor que insufla vida. En un cuadro, falta de dinamismo miradas vacías.

Se habló de la evasión del artista: el arte era el camino para soportar el dolor. Pero a veces un sufrimiento demasiado agobiante puede terminar por despedazar. Y es, precisamente, aquella "raza dentro de una raza" la que está más cerca de romper el equilibrio. Los artistas, poseedores de ese toque especial, que ven lo que late un poco más abajo de la realidad. Tienen una capacidad: volver. Dejarse llevar por el delirio, caer en pozos de alucinación, pero siempre regresar.

Está comprobado que un escritor puede tener en los momentos de inspiración, lapsos de desvaríos mentales. ¿Acaso los surrealistas no ponían en juego toda una suerte de mecanismos destinados tan sólo, a permitir que aflorara el inconsciente con toda su carga de sueños, sin ni siquiera un elemento coherente u organizado? Quizás muchos se sientan tentados a esbozar una sonrisa entre irónica y malévola, al leer las palabras de Isidoro Ducease, el conde de Lautremont, luz elevada del surrealismo: ". . . bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas". Pero él era un artista y como tal, podía "volver".

Es innegable que arte y locura. Presentan un nexo común: la búsqueda de evasión. Pero si en el artista se encauza, en el loco se dispersa. La falta de visión globalizadora y unitaria del psic6tico lo hacen perderse en fragmentos que nunca antes pudieron existir unidos. Introducir el concepto de unidad obliga a hacer un apartado. El ejemplo de un cuadro puede servir: Guernica, de Picasso. Aquí la realidad aparece desmembrada. Pero esos trozos dispersos tuvieron que ser un todo antes de presentarse así. La imagen astillada de brazos, piernas, cabezas da mayor fuerza vital, produce una sensación de destrucción e impacta nuestra sensibilidad. El artista fue capaz de vencer la presión de su inconsciente, descendió, partió la realidad, encontró en esa visión el vehículo exacto para expresarse. Se ha salvado a través de su obra.

La gama que va de lo normal a lo anormal presenta grados, distintas estaciones que pueden merodear la locura. El error existe cuando, al no entender determinadas actitudes o creaciones, reñidas por nuestra supuesta normalidad, tendemos a considerar como "locos" a aquellos que las realizan. Sólo cuando se agota la posibilidad de "retorno", cuando no es posible salir del abismo al que puede recurrirse en busca de inspiración, sólo entonces nos enfrentamos a ese "loco" que no pudo tolerar tanta presión. Lo supera la carga y el peso termina con el artista.

Adriana Lauro

Castigo

Su intención no será romper la cristalería. Simplemente, el rústico avión de madera que su progenitor fabricara (burdo como todos los juguetes que le confecciona en la soledad del bosque que rodea a la cabaña) habrá sufrido un desperfecto y se estrellará en los escarpados montes que, formados por los altos anaqueles que guardan platos y vasos, constituyen el paisaje que rodea cotidianamente sus cuatro años recién cumplidos. Pero aquello no parecerá claro a su padre quien, con el característico aroma a madera que siempre impregna su ropa, su piel, su barba hirsuta, lo tomará de la mano y lo conducirá, junto con su madre, al sitio donde el puente se levanta, impresionante, más de veinte metros por encima del implacable río que termina en el lejano océano, previo paso por una rompiente rocosa.

Al llegar, y ante la apática mirada de la mujer que lo engendró y tiene el rostro cansado, lleno de arrugas minúsculas rodeándole los ojos, su padre lo tomará por el pequeño suéter y, levantándolo violentamente con una sola de sus inmensas manos, lo pasará por sobre el borde del puente sosteniéndolo en el vacío. La corriente se esforzará por alcanzarlo desde abajo.

De nada le servirá sollozar, ni dar desesperadas patadas mientras intenta, infructuosamente, pisar de nuevo el suelo. Ante sus espasmódicos movimientos su padre, con una voz estentórea aún más profunda que la del río, aún más amenazadora, dirá, mientras lo sacude con furia:

-¡Te voy a soltar! ¡Te voy a soltar por romper los vasos de tu madre, maldito desobediente!

Su llanto surgirá, incontenible. Quiere a su padre, pero el terror que le provocará en aquel momento será más fuerte. ¿Es que no se da cuenta de que lo ama, de que está arrepentido, de que no los rompió con intención? No querrá que su padre lo arroje al río, no querrá que lo sacuda así, no querrá sentirse tan humillado ni que lo embargue el terror, mientras su madre ve la escena, desatenta a lo que ocurre, dándose cuenta de sus lágrimas y de su desesperación.

En medio del forcejeo, el suéter se deslizará por sobre sus brazos y su cabeza, y él se precipitará al abismo. Caerá hacia el río, directo al monstruo acuoso que aguarda para devorarlo, y su padre, con el asombro reflejado en la mirada, con el suéter rojo aún aferrado en la mano derecha, lo verá caer. Al mirar durante un instante la expresión de su rostro, junto con el horror habrá alivio: su padre no lo soltó intencionalmente, se trató de un accidente; esa certeza le dará tranquilidad.

Tras el primer golpe, la implacable corriente arrastrará el pequeño cuerpo hasta las rocas, donde una breve llovizna escarlata será el indicador de que todo habrá terminado. Después lo conducirá al mar, donde se perderá para siempre. Aún con el suéter en la mano, el hombre mirará a su compañera.

-Se me cayó -dirá. La mujer va a asentir. Es comprensiva. Seguirán mirando el cadáver hasta que el río lo transporte más allá de su vista.

-Supongo que tendremos que enterrar sus juguetes -comentará ella.

Él mostrará su acuerdo. Y se irán a la cabaña.

Carlos Manuel Cruz Meza

Las últimas respuestas

Escribí un poema sobre la niebla

y una mujer me preguntó qué quise decir. Hasta entonces sólo había pensado en la belleza de la niebla.

Cómo confunde el perla y el gris, y gira y convierte los refugios iluminados al anochecer en puntos trémulos de misterio y color.Le contesté:

El mundo entero era niebla una vez, hace mucho tiempo, y un día volverá a ser niebla.Nuestras calaveras y pulmones son más

de agua que de huesos y tejidos y los poetas aman el polvo y la niebla porque las últimas respuestas terminarán en polvo y niebla.

Carl Sanburg

Noche blanca

No hay en nuestra casa más que un lecho, demasiado ancho para ti, un poco estrecho para nosotros dos. Es casto, blanco del todo, desnudo del todo; ningún cubrecama oculta, en pleno día, su honesto candor.

 

Los que vienen a vernos lo miran tranquilamente, y no vuelven los ojos con un aire cómplice, porque está marcado, en medio, por un solo valle, como el lecho de una muchacha que duerme sola.

 

Los que entran aquí no saben que cada noche el peso de nuestros cuerpos juntos ahonda un poco más, bajo su mortaja voluptuosa, ese valle no más amplio que una tumba:

 

¡Oh, nuestro lecho desnudo! Una lámpara deslumbrante, inclinada sobre él, lo desviste más todavía. No buscamos, en el crepúsculo, la sombra sabia, de un gris de araña, que filtra un dosel de encaje; ni la luz rosa de una lamparilla color de conchas marinas... Astro sin alba y sin ocaso, nuestro lecho no cesa de irradiar más que para hundirse en una noche profunda y aterciopelada.

 

Un halo de perfume lo nimba; respira fragancia, rígido y blanco como el cuerpo de una bienaventurada difunta. Es un perfume complicado que sorprende, que se respira con atención, con la preocupación de distinguir el alma rubia de tu tabaco preferido, el aroma más rubio de tu piel tan clara, y ese sándalo quemado que se exhala de mí; pero este agreste olor de hierbas aplastadas, ¿quién puede decir si es mío o tuyo?

 

¡Acógenos esta noche, oh nuestro lecho, y que tu fresco valle se ahonde un poco más bajo la somnolencia febril con que nos ha embriagado una jornada de primavera en los jardines y en los bosques!

 

Yazgo sin movimiento, la cabeza sobre tu dulce hombro. Voy a descender, seguramente hasta mañana, al fondo de un negro sueño, un sueño tan obstinado, tan cerrado, que las alas de los sueños vendrán en vano a golpearlo. Voy a dormir... Espera tan sólo que busque, para la planta de mis pies que hormiguea y arde, un sitio fresco del todo... Tú no te has movido. Respiras con largas aspiraciones, pero siento tu hombro todavía despierto, atento a ahuecarse bajo mi mejilla... Durmamos... Las noches de mayo son tan cortas... A pesar de la oscuridad azul que nos baña, mis párpados están todavía llenos de sol, de llamas rosas, de sombras que se mueven, balanceadas, y contemplo mi jornada con los ojos cerrados, como se inclina una detrás del abrigo de una persiana, sobre un jardín de verano deslumbrante.

 

¡Cómo palpita mi corazón! Oigo también el tuyo bajo mi oreja. ¿No duermes tú? ¿No duermes? Levanto un poco la cabeza, adivino la palidez de tu rostro caído hacia atrás, la sombra salvaje de tus cortos cabellos. Tus rodillas son frescas como dos naranjas... Vuélvete hacia mi lado, para que las mías les roben ese liso frescor.

 

¡Ah! ¡Durmamos...! Mil hormigas corren mil veces, con mi sangre, bajo mi piel. Los músculos de mis tobillos palpitan, mis orejas tiemblan, y nuestro dulce lecho, ¿está sembrado de agujas de pino, esta noche? ¡Durmamos! ¡Lo quiero!

 

No puedo dormir. Mi insomnio feliz palpita, alegre, y adivino, con tu inmovilidad, el mismo abatimiento tembloroso... Tú no te mueves. Tú esperas que yo me duerma. Tu brazo se aprieta, a veces, en torno de mí por tierna costumbre, y tus pies encantadores se entrelazan con los míos... El sueño se acerca, me roza y huye... ¡Lo veo! Es semejante a esa mariposa de pesado terciopelo que yo perseguía en el jardín inflamado de iris... ¿Recuerdas? ¡Qué luz, qué impaciente juventud exaltaba toda aquella jornada...! Una brisa ácida y apresurada lanzaba sobre el sol una humareda de nubes rápidas, ajaba al paso las hojas demasiado tiernas de los tilos, y las flores del nogal caían convertidas en orugas enrojecidas sobre nuestros cabellos, con las flores de las paulonias, de un morado lluvioso de cielo parisiense... Los brotes de las grosellas que tú magullabas, la acedera salvaje en forma de rosa en medio del césped, la menta tierna del todo, todavía morena, la salvia vellosa como una oreja de liebre, todo desbordaba un jugo fuerte y pimentado, del que mezclaba en mis labios el gusto de alcohol y de taronjil. Yo no sabía más que reír y gritar, pisoteando la larga hierba jugosa que manchaba mi vestido... Tu alegría tranquila velaba sobre mi locura, y cuando he tendido la mano para alcanzar aquellos agavanzos, ¿sabes? de un rosa tan conmovedor, la tuya ha roto la rama antes que yo, y has quitado, una por una, las espinitas curvadas, color de coral con forma de garras... Me has dado las flores desarmadas...

 

Me has dado flores desarmadas. Me has dado, para que descanse jadeante, el mejor sitio a la sombra, bajo el árbol de lilas de Persia con racimos maduros. Has recogido para mí las anchas azulinas de las canastillas, flores encantadas cuyo corazón velloso emana olor a albérchigo... Me has dado la nata del botecito de leche, en la hora de la merienda; cuando mi hambre feroz te hacía sonreír... Me has dado el más dorado pan, y veo todavía tu mano transparente al sol, alzada para arrojar la avispa que se ahogaba, cogida en los rizos de mis cabellos... Has colocado sobre mis espaldas una ligera capa cuando una nube más larga ha pasado lentamente, hacia el fin del día, y he temblado toda sudorosa, ebria del todo, de un placer sin nombre entre los hombres, el placer ingenuo de los animales, felices en la primavera... Me has dicho: "Vuelve... Párate... Regresemos". Me has dicho...

 

¡Ah! Si pienso en ti se acabó mi descanso. ¿Qué hora acaba de sonar? He aquí que las ventanas azulean. Oigo palpitar mi sangre, o tal vez es el murmullo de los jardines, allá lejos... ¿Duermes? No. Si acercara mi mejilla a la tuya sentiría temblar tus cejas como el ala de una mosca cautiva... Tú no duermes. Espías mi fiebre. Me guareces contra los malos sueños; piensas en mí como pienso en ti, y fingimos, por un extraño pudor sentimental, un apacible sueño. Mi cuerpo entero se abandona distendido, y mi nuca pesa sobre tu dulce espalda pero nuestros pensamientos se aman, discretamente, a través de esta alba azul, tan presta a crecer.

 

Pronto la barra luminosa, entre las cortinas, va a avivarse, a tornarse rosa... Unos cuantos minutos más, y podré leer en tu hermosa frente, en tu mentón delicado, en tu boca triste y tus párpados cerrados, la voluntad de aparecer dormido... Es la hora en que mi cansancio, mi insomnio enervador no podrán ya callarse, en que sacaré los brazos fuera de este lecho febril y mis talones malvados preparan ya su andar astuto...

 

Entonces, fingirás que te despiertas. Entonces podré refugiarme en ti, con confusas quejas injustas, con suspiros exagerados, con crispaciones que maldecirán el día llegado ya, la noche tan tarde en terminar, el ruido de la calle... Porque sé que entonces apretarás tu abrazo, y que, si el acunamiento de tus brazos no es suficiente para calmarme, tu beso se hará más tenaz, tus manos más amorosas, y que me concederás la voluptuosidad como un socorro, como el exorcismo soberano que expulsa de mí a los demonios de la fiebre, de la ira, de la inquietud... Me darás la voluptuosidad, inclinado sobre mí, los ojos llenos de una ansiedad maternal, tú que buscas, a través de tu amiga apasionada, el hijo que no has tenido...

 

Colette

 

Medianoche

Se ha callado la idea turbadora
y me siento en el sí de tu abrazo,
convertida en un sordo murmullo
que se interna en mi alma cantando.

 

Es la noche una cinta de estrellas
que una a una a mi lecho han rodado;
y es mi vida algo así como un soplo
ensartado de impulsos paganos.

 

Mis pequeñas palomas se salen
de su nido de anhelos extraños
y caminan su forma tangible
hacia el cielo ideal de tus manos.

 

Un temblor indeciso de trópico
nos penetra la alcoba. ¡Entretanto,
se han besado tu vida y mi vida...
y las almas se van acercando!

 

¡Cómo siento que estoy en tu carne
cual espiga a la sombra del astro!
¡Cómo siento que llego a tu alma
y que allá tú me estás esperando!

 

Se han unido, mi amor, se han unido
nuestras risas más blancas que el blanco,
y ¡oh, milagro! en la luz de una lágrima
se han besado tu llanto y mi llanto...

 

¡Cómo muero las últimas millas
que me ataban al tren del pasado!
¡Qué frescura me mueve a quedarme
en el alba que tú me has brindado!

 

Julia de Burgos